Por ser el más joven de los tres, le
tocó el reino de los infiernos en el reparto que hicieron
los reyes hijos de Saturno: Júpiter, Neptuno y Plutón. Se
llaman infiernos a las moradas subterráneas a donde van los
difuntos después de la muerte. Los keres, seres malignos
servidores de Plutón, son los encargados de dar a los
hombres el golpe mortal y luego conducir sus almas volando
hasta la morada de Hades. Allí estas almas han de ser
juzgadas y recibir la pena por sus crímenes, o bien la
recompensa por sus actos virtuosos. A la puerta del reinado
hay siempre en vela un perro con tres cabezas llamado
Cancerbero, para impedir que los vivos entren o que las
almas salgan. Este vasto imperio subterráneo está rodeado
por dos ríos: el Aqueronte y el Estigio (Estigia). Caronte
es el barquero de este mundo infernal y está dedicado a
transportar las almas de los muertos de una orilla a otra
del Aqueronte. Se le representa como un viejo muy feo y de
larga barba gris, que exige que se le pague por cada viaje
un óbolo como mínimo y tres como máximo. Los familiares
colocan las monedas en la boca del pasajero antes de
enterrarlo. Caronte rechaza a los que no pueden pagar el
óbolo. A los demás, los sienta en la barca, los lleva a la
orilla opuesta y los entrega a Mercurio, quien los pone ante
el terrible tribunal. Caronte es un verdugo al servicio del
Infierno. Tres jueces forman parte del mencionado tribunal,
administrando justicia en nombre de Plutón y en su presencia;
estos son Minos (antiguo rey de Creta), Eaco (Rey de Egina)
y Radamanto (hermano de Minos), los tres de una gran
integridad; pero Minos, el más sabio, es el más poderoso del
trío y lleva en su mano un cetro de oro. Una vez hecha
pública la sentencia, los buenos son llevados a los Campos
Elíseos y los malos son arrojados al Tártaro. Los Campos
Elíseos son de un verdor maravilloso y praderas llenas de
flores. El Sol brilla y los pájaros cantan con una dulce
melodía, ríos, tierras fecundas, cosechas abundantes, son
otras de sus delicias. En este lugar no hay dolor,
enfermedad ni vejez, ni para el cuerpo ni para el alma, como
tampoco existen pasiones ni envidias humanas. El Tártaro,
recompensa de los maliciosos, es una prisión fortificada
rodeada de un río de fuego llamado Flaguetón. En él hay tres
barqueros que son las tres Furias: Alecto, Meguera y
Tisífone. Con una mano empuñan una antorcha candente y con
la otra un látigo ensangrentado, con el cual flagelan sin
cesar a los malvados que merecen duros castigos. En el
Tártaro se hallan varios personajes destacados por su maldad.
Aquí moran los violentos, los traicioneros, los infieles,
los avaros, los belicosos, etc. Todos expían sus faltas y, a
la vez, quieren volver a gozar de la luz del día y de una
vida apacible. Cerca del Tártaro viven los Remordimientos,
la Miseria, las Enfermedades, la Guerra, la Muerte, las
Arpías, etc. Este es, en definitiva, el reino de Plutón
quien, ya cansado de su largo celibato, decidió un día
recurrir a la violencia para conseguir una esposa. Todas las
diosas huían de Plutón por su horroroso reino, su fealdad
física como hombre y su rudeza.
Proserpina o Perséfone, hija de Ceres, vivía en Sicilia en
una juventud pacífica e inocente. En una ocasión en que
recogía flores del campo con unas amigas, Plutón la raptó a
pesar de su negativa a acompañarle. Plutón salió corriendo
en su carro de caballos negros, abrió la tierra con su cetro
mágico y penetró en su reino. Cuando Ceres se enteró de esto,
acudió a Júpiter indignada para pedirle justicia. Zeus le
dijo que Proserpina le podía ser devuelta si no había comido
nada desde que entró en los infiernos; la ley era que el que
ingería algo allí ya no podría salir más. Entonces, Hades
obligó a Proserpina a que comiera un grano de granada para
hacer imposible su regreso a la superficie de la tierra. A
pesar de todo y, después de muchos ruegos, Ceres consiguió
que su hija morase seis meses al año en los infiernos y seis
en la tierra. Se suele representar a Plutón con rostro
pálido, cejas espesas, ojos rojizos y mirada amenazadora. En
su mano derecha tiene un cetro de dos puntas y, en su
siniestra (izquierda), una llave representando entre otras
cosas la imposibilidad de escapar de los infiernos o, quizás,
la llave de los tesoros internos del yo. Posee una obscura
corona de ébano y algunas veces cubre su cabeza con un casco
que le hace ser invisible. Hay una segunda vertiente más
benéfica de Plutón, en la que se le describe usando el
cuerno de la abundancia, lo cual puede simbolizar que,
cuando la persona realiza una labor de autoperfeccionamiento
individual, las riquezas materiales le vienen por añadidura.
En este caso, Plutón es el símbolo de la vida y de la muerte
(transformación) de las manifestaciones de la naturaleza.
Según una versión, Radamantis gobernó Creta antes que Minos, y dotó a la isla de un excelente código de leyes, que los espartanos se creía habían copiado.
Expulsado de Creta por su hermano Minos, que estaba celoso de su popularidad, huyó a Beocia, donde se casó con Alcmena. Homero lo representa morando en los Campos Elíseos.[1]
De acuerdo con leyendas posteriores, a causa de su inflexible integridad fue uno de los jueces de los muertos en el Hades, junto con Éaco y Minos. Se suponía que juzgaba las almas de los orientales, mientras Éaco hacía lo propio con los occidentales, teniendo Minos el voto decisivo.[2]
Es creencia popular que Dante hizo a Radamantis uno de los jueces de los condenados en la parte del Infierno de La divina comedia. En realidad, no existe una sola parte en la La divina comedia que hable de Radamantis, o Radamanto. Dante solo coloca como Juez a Minos, omitiendo por completo a Éaco y Radamantis.
Sin embargo, Virgilio hace una breve descripción de las funciones de Radamantis como Juez de las sombras en el libro VI de la Eneida: «El cretense Radamanto ejerce aquí un imperio durísimo. Indaga y castiga los fraudes y obliga a los hombres a confesar las culpas cometidas y que vanamente se complacían en guardar secretas, fiando su expiación al tardío momento de la muerte. Al punto de pronunciada la sentencia, la vengadora Tisífone, armada de un látigo, azota e insulta a los culpados, y presentándoles con la mano izquierda sus fieras serpientes, llama a la turba cruel de sus hermanas [las Furias]».