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general de Hispánica

San Francisco Javier



El fundador de la Compañía de
Jesús y autor de los Ejercicios espirituales n. en 1491 en la
casa solariega de Loyola, parroquia de Azpeitia (Guipúzcoa),
y m. en Roma en 1556. Su niñez pertenece al s. xv, es decir,
al otoño medieval con restos feudales y luces nuevas de
Humanismo y de Renacimiento; su juventud y madurez, al s. xvi,
a la época de Lutero (v.), de Carlos V (v.) y del Concilio de
Trento (v.) en sus primeras etapas. Nacido en un periodo histórico
de transición, no es de extrañar que algo medieval palpite
en su corazón, aunque su espíritu será siempre moderno,
hasta el punto de ser tenido por uno de los principales
forjadores de la moderna catolicidad, ardientemente apostólica,
sabiamente organizada y con un romanismo bien definido. La
universalidad del apostolado y el servicio al Vicario de
Cristo serán las notas más típicas de la Orden por -él
fundada (V. JESUITAS).
En el risueño valle de Loyola,
entre Azpeitia y Azcoitia, corrieron los primeros pasos de
aquel niño de cara redonda y sonrosada, pequeño de estatura
(en su edad madura no pasaba de 1,58 m.), que al ser bautizado
recibió el nombre de Iñigo. En adelante se llamará Iñigo
de Loyola, o también Iñigo López de Loyola (no López de
Recalde, como erróneamente afirman algunos historiadores). Al
entrar en la Univ. de París en 1528 latinizará el nombre de
Iñigo en Ignatius y por varios años alternará el Iñigo y
el l., hasta que por fin prevalecerá el último. Pronto m. su
madre, agotada quizá por una fecunda maternidad de 12 hijos,
el último de los cuales fue I. Crióse a los pechos de una
nodriza campesina, cuyo marido trabajaba en las herrerías del
señor de Loyola. Allí se familiarizaría con la misteriosa
lengua vasca, de la que siendo mayor, no pudo hacer mucho uso,
y allí aprendería las costumbres tradicionales del país,
las fiestas populares con cantos y danzas. Sabemos que siempre
fue aficionado a la música, que «le hacía bien al alma y a
la salud corporal». Siendo de 40 años, no tuvo reparo en
bailar un aire de su tierra para consolar a un melancólico
discípulo espiritual, que se lo pedía. Y siendo viejo y
enfermo, rogaba a algún hermano que le cantase un cántico
devoto, o al P. Frusio que tocase el clavicordio, porque eso
le daba alivio. La educación que recibió en su casa fue
profundamente religiosa, si bien alguna vez llegarían a su
conocimiento ciertos extravíos morales de sus parientes. Quería
su padre enderezarlo hacia la carrera eclesiástica, pero al
niño le fascinaba mucho más la vida caballeresca y
aventurera de sus hermanos mayores. Dos de ellos habían
seguido las banderas del Gran Capitán en las guerras de Nápoles
(v. FERNÁNDEZ DE CÓRDOBA, GONZALO). Un tercero se embarcó
para América, siendo ya comendador de la Orden de Calatrava.
Otro se estableció en un pueblo de Toledo, después de
participar, como capitán de compañía, en la lucha contra
los moriscos de Granada. Y otro, por nombre Martín, siendo señor
de la casa de Loyola, acaudilló tropas guipuzcoanas al
servicio del Duque de Alba contra los franceses invasores.
Poco antes de morir su padre, quizá en 1506, I. fue enviado
al palacio de Don Juan Velázquez de Cuéllar, contador mayor
(algo así como ministro de hacienda) del Rey Católico, y
presidente en Arévalo (Ávila), aunque frecuentemente se
trasladaba a Medina del Campo, Valladolid, Tordesillas,
Segovia, Madrid, y adondequiera que se hallase la Corte. Toda
la inmensa llanura de la vieja Castilla la pasearía 1. a
caballo, acostumbrando sus ojos a este panorama, tan distinto
del de su tierra. La educación que recibió en palacio fue
exquisitamente cortesana y caballeresca, dejando huella
imborrable en sus modales y en la configuración de su espíritu,
según atestiguan sus coetáneos. Ejercitábase en la caza, en
los torneos, en tañer la viola, en correr toros, en servir y
participar en los opíparos banquetes, que su pariente Doña
María de Velasco, esposa de Don Juan Velázquez, preparaba a
la reina Doña Germana de Foix, segunda mujer del rey
Fernando. Leía con avidez las novelas de caballerías,
especialmente el Amadís de Gaula, y las poesías eróticas de
los Cancioneros. «Aunque era aficionado a la fe (nos dirá más
tarde su secretario), no vivió nada conforme a ella, ni se
guardaba de pecados; antes era especialmente travieso en
juegos y cosas de mujeres y en revueltas y cosas de armas»;
pero añadirá a continuación, que «era animoso para
acometer grandes cosas» y «nunca tuvo odio a persona ninguna,
ni blasfemó contra Dios...; también dio muestra en muchas
cosas de ser ingenioso y prudente en las cosas del mundo y de
saber tratar los ánimos de los hombres, especialmente en
acordar diferencias o discordias». Más tarde Íñigo llorará
amargas lágrimas de penitencia por sus extravíos juveniles y
se mirará «como una llaga y postema, de donde han salido
tantos pecados y ponzoña tan turpísima». Platónica y
caballerescamente se enamoró de una alta dama, que «no era
de vulgar nobleza; no condesa ni duquesa, mas era su estado más
alto», según propia confesión (¿la reina Doña Germana, o
más bien, la infantita Doña Catalina, hermana de Carlos V?).
A la muerte de Don luan Velázquez en 1517, I., que había
pasado en Arévalo más de diez años, se acogió al duque de
Nájera, Antonio Manrique, Virrey de Navarra y algo pariente
suyo. Sirviendo al duque, participó en sosegar los tumultos
durante la revolución de los Comuneros (espada en mano en el
asalto de Nájera, diplomáticamente en la pacificación de
Guipúzcoa), y peleó animosamente en el castillo de Pamplona
contra los franceses, hasta caer herido en ambas piernas por
una bala de cañón (20 mayo 1521). Impropiamente se le llama
«soldado» o «capitán»; era un gentilhombre de la casa del
duque y luchaba por lealtad a su señor, como era costumbre de
todos los caballeros. Mientras en Loyola le curaban la herida,
se hizo aserrar un hueso encabalgado sobre otro, sólo porque
le afeaba un poco, impidiéndole llevar una media elegante, y
sufrió estoicamente que le estirasen la pierna con
instrumentos torturadores, a fin de no perder la gallardía en
el mundo de la Corte.
Durante la convalecencia, no
hallando las novelas de caballerías que él deseaba, se puso
a leer la Vidas de los Santos (Legenda aurea) de Jacobo de Varágine,
y la Vida de Cristo, de Ludolfo el Cartujano, con lo que se
encendió en deseos de imitar las hazañas de aquellos héroes,
más admirables que los de las fantásticas novelas, y de
militar al servicio no de un «Rey temporal», aunque se
llamase Carlos V, sino del «Rey eterno y universal que es
Cristo Nuestro Señor». Reflexionando sobre las consolaciones
y desolaciones espirituales que entonces experimentaba,
aprendió a discernir el buen espíritu del malo, con fina
psicología sobrenatural. Su conversión y entrega a Dios fue
total y perfecta (otoño 1521). Desde aquel momento todas sus
acciones y operaciones serán ordenadas a la mayor glorificación
de Dios: Ad maiorem Dei gloriam. En febrero de 1522 sale de
Loyola con propósito de ir peregrinando hasta Jerusalén.
Detiénese tres o cuatro días en el monasterio de Montserrat,
donde cambia sus lujosas ropas por las de un pobre, hace
confesión general con un monje benedictino, de quien recibe
las primeras instrucciones espirituales, entrega su caballo al
monasterio y deja espada y puñal, como exvoto, en el altar de
Nuestra Señora. Y como tenía el pensamiento lleno de ideas
caballerescas, determinó velar sus armas ante la Virgen del
Santuario, durante la noche, según el rito de los que se
armaban caballeros. Por circunstancias imprevistas tuvo que
retrasar su viaje a Palestina, deteniéndose casi un año en
Manresa, donde llevó al principio vida de soledad y oración
(siete horas al día de rodillas) y de ásperas penitencias;
después, vida de apostolado y asistencia a los hospitales. En
una cueva de los contornos escribió sus primeras experiencias
en las vías del espíritu, normas, consejos y meditaciones,
que andando los años formarán, con añadiduras y retoques,
el librito inmortal de los Ejercicios espirituales, «el código
más sabio y universal de la dirección de las almas», como
dijo Pío XI, pero que no es para ser leído, sino practicado.
«El que lo tomase como libro de lectura cometería el mismo
error que el que quisiera juzgar de la belleza y vida de un
hombre contemplando su esqueleto» (Papini).
Ya en Manresa el Espíritu
Santo lo transformó en uno de los místicos más auténticos
que recuerda la historia. Como fruto de sus contemplaciones se
puso a escribir un libro sobre la Santísima Trinidad, que no
continuó, pero cuyo misterio le quedó grabado a fuego en el
alma, como aparece en su futuro Diario espiritual. La
ilustración más alta que entonces tuvo, y que le iluminó
aun los problemas de orden natural, fue junto al río Cardoner.
Prosiguiendo su peregrinación, se embarca en Barcelona para
Italia. De Roma sube a Venecia, siempre mendigando. De balde
es admitido en una nave que, pasando por Chipre, le deja en la
costa de Palestina. Visita con íntima devoción los santos
lugares de Jerusalén, Belén, el Jordán, el Monte Calvario,
el Olivete. No le permiten quedarse allí, desahogando su
devoción a Cristo y «ayudando a las almas». A su vuelta,
persuadido de que para la vida apostólica son necesarios los
estudios, comienza a los 33 años a aprender la gramática
latina en Barcelona, pasa luego a la Univ. de Alcalá y es
procesado, no por la Inquisición, sino por el Vicario general
de la diócesis, como si fuera un erasmista o «alumbrado».
Buscando campo más apto y
universal para su apostolado, se dirige a la Univ. de París,
donde transcurre siete años (febrero 1528-abril 1535),
estudiando filosofía y teología, y poniéndose en contacto
con las corrientes culturales y religiosas del tiempo. Reúne
en torno de sí algunos universitarios, que serán los pilares
de la Compañía de Jesús: Fabro, Javier, Laínez, Salmerón,
Rodrigues, Bobadilla, con quienes hace voto de pobreza,
castidad y vida apostólica, a ser posible en Palestina, y si
no en donde les ordenase el Vicario de Cristo (Montmartre 15
ag. 1534). Como el viaje a Palestina resulta imposible, desde
Venecia va I. con sus compañeros a Roma, a ofrecerse al Sumo
Pontífice. Poco antes de entrar en la ciudad, una maravillosa
experiencia mística (La Storta, nov. 1537) le confirma en la
idea de fundar una Compañía, o grupo de apóstoles, que
llevará el nombre de Jesús. Paulo III, el mismo que abrirá
el Conc. de Trento, aprueba, a instancias del card. Contarini,
el instituto de clérigos regulares de la Compañía de Jesús
(27 sept. 1540). Mientras los compañeros de 1. y sus primeros
discípulos salen con misiones pontificias a diversas partes
de Italia, a Trento, Alemania, Irlanda, India, Japón, Etiopía,
Congo, Brasil, el fundador permanece fijo en Roma, recibiendo
órdenes inmediatas del Papa y comunicándolas a sus hijos en
innumerables cartas (hoy conservamos 6.795). No por eso deja
de predicar, dar ejercicios, enseñar el catecismo en las
plazas, remediar las plagas sociales, fundando instituciones y
patronatos para pobres, enfermos, huérfanos, judíos, mujeres
perdidas o en peligro, etc., mereciendo el nombre de «apóstol
de Roma». No contento con regenerar moralmente la Ciudad
Eterna, intenta hacer de ella un centro de ciencia eclesiástica,
con. un plantel de doctores, de los que pueda disponer cuando
quiera el Sumo Pontífice. Con este fin crea el Colegio Romano
(1551), futura Univ. Gregoriana, a cuyo lado surge el Colegio
Germánico (1552), que tenía por finalidad educar a los jóvenes
sacerdotes alemanes que habían de reconquistar a su patria
para la Iglesia. A los jesuitas esparcidos por todo el mundo
los exhorta y amonesta a dar los ejercicios espirituales; a
enseñar el catecismo a los ignorantes; a visitar los
hospitales; a tratar con los pobres y también a tratar con
los príncipes para moverlos a una conducta moral y a una política
cristiana. Su mirada apostólica se extiende a todas las
naciones. Los últimos años de su vida despliega increíble
actividad, fundando colegios y universidades para la formación
de la juventud y del clero, en donde se enseña gratuitamente
desde los elementos de la gramática y el catecismo hasta la
teología. Con la ayuda de su secretario Juan de Polanco,
escribe las Constituciones de la Compañía de Jesús, obra
maestra de legislación, cuya cuarta parte será el germen de
la Ratio studiorum Societatis Iesu, que surgirá a fines de
siglo. Dicta además sabias normas de táctica misional para
los que evangelizan tierras de infieles, y no menos prudentes
reglas propone a S. Pedro Canisio (v.) para la restauración
católica en Alemania y Austria. Entre las grandes figuras de
la Contrarreforma (v.) descuella como pocas; son los
historiadores protestantes los primeros en proclamarlo después
de L. Ranke y W. Maurenbrecher, especialmente Heinrich Bóhmer,
Everard Gothein y Paul van Dyke, que le han dedicado sendas
biografías, muy estimables. Al vasto movimiento de la Reforma
católica él le dio dos elementos fundamentales: una
espiritualidad recia y segura, la de los ejercicios, y la enseñanza
cristiana de la juventud, descuidada hasta entonces. Su devoción
al Vicario de Cristo y a «Nuestra Santa Madre la Iglesia jerárquica»
brota naturalmente de su apasionado amor al Redentor, «nuestro
común Señor Jesús», «nuestro Sumo Pontífice», «Cabeza
y Esposo de la Iglesia». Reduciendo a esquemas simplistas su
doctrina espiritual, sobre todo, en los ejercicios, muchos la
falsearon, presentándola como un asceticismo demasiado
voluntarista y casi antimístico. Hoy día tales prejuicios se
han disipado con el estudio serio de las fuentes. Basta leer
algunas de sus cartas y especialmente su Diario espiritual (sólo
se conservan sus notas de un año, de 1544-45), donde con
palabras entrecortadas y realistas, no destinadas al público
(ni siquiera. a su confesor), descubre las intimidades de su
corazón y las altas experiencias místicas de cada día, para
persuadirnos que estamos ante una de las almas más
privilegiadas con dones y carismas divinos. También hay que
reaccionar contra ciertos retratos literarios y artísticos
que nos lo pintan como una figura del Greco y de carácter
sombrío. Ya hemos dicho que era corto de estatura y
carirredondo. Queriendo un día un hombre de Padua describirlo,
se expresó así: «es un españolito, pequeño, que cojea un
poco y tiene los ojos alegres». Sus coetáneos nos lo pintan
risueño, sereno y afectuoso, con extraordinaria propensión a
las lágrimas. Todos cuantos trataban con él se dejaban
prender de un sentimiento que no era solamente admiración,
sino también cariño. «El padre Ignacio -decía G. Loarte-
es una fuente de óleo». Y según él, la suavidad del aceite
debía ser dote propia de todos los superiores.
Falleció en Roma humilde y
calladamente, sin que casi se dieran cuenta sus compañeros,
el 31 jul. 1556. El card.
B. de la Cueva exclamó: «La
Cristiandad ha perdido una de las cabezas señaladas que en
ella había». Beatificado en 1609, fue solemnemente
canonizado el 12 marzo 1622. Su fiesta se celebra el 31 de
julio.
- R. GARCÍA-VILLOSLADA.
- Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991
(Indice)
San Pedro de Alcántara
(1499-1562)
Reformador franciscano y escritor ascético del s. xvi. Vida.
N. en 1499 en la villa de Alcántara (Cáceres), cuna y cabeza del
maestrazgo de la Orden de Caballería, de Alonso Garabito y Da María
Villela de Sanabria y Maldonado. Tomó el nombre bautismal de Juan,
como su abuelo materno, que cambió al entrar en la Orden
franciscana por el de Pedro, con el sobrenombre del pueblo que le
vio nacer.
Huérfano de padre a los siete años,
Juan de Sanabria recibió esmerada instrucción, primero en Alcántara
con el bachifler sacerdote Diego Durán (m. 1533) y más tarde en la
Universidad de Salamanca (1511-15) juntamente con otros familiares y
paisanos, con la intención de seguir la carrera sacerdotal. Su
madre, que no tardó en contraer segundas nupcias con el también
viudo Alonso Barrantes (a. 1508), no se despreocupó de la educación
de los tres hijos del primer matrimonio, García, Juan y María.
Alonso Barrantes (m. 1529) aportó al nuevo matrimonio cinco hijos más,
tenidos de su primera mujer Da María de Campofrío, que, unidos a
los dos nuevos frutos de las segundas nupcias, formaban una numerosa
familia socialmente bien relacionada, influyente y principal. Tres
parientes del joven Juan pertenecían a la Orden Franciscana, lo que
debió de influir en la decisión de seguir su ejemplo. Juan, en
efecto, a los 16 años (1515) recibió el hábito franciscano de
manos de fr. Miguel Roco y Campofrío, Superior del convento de los
Majaretes (Valencia de Alcántara). Ya con eJ nombre de fray Pedro
de Alcántara, durante nueve años recibió una abundante cultura
religiosa, que le hizo sobresalir en sus futuras actuaciones humanas
y que le constituyó, por reconocimiento de la Provincia descalza de
S. Gabriel (la más rigurosa de la Orden), en modelo de superiores,
fundador de conventos, director de almas y portento de oración y
penitencia.
Ordenado sacerdote a los 25 años,
fue Superior de los conventos de Sta. Ma de los Ángeles de
Robledillo (Sierra de Gata) y de S. Onofre de La Lapa (Zafra);
definidor provincial en tres ocasiones (a. 1535, 1544 y 1551),
Ministro de la Provincia de S. Gabriel en el trienio de 1538-41;
custodio para el Capítulo general de Salamanca (1553). En todos
estos oficios sobresalió fr. Pedro por su dedicación al servicio
de la Orden. No se limitó su acción a Extremadura, región a la
que correspondía la provincia franciscana de S. Gabriel; para
reafirmar la pobreza de las provincias descalzas, pasó distintas
veces a tierras de Portugal (a. 1542 y 1548), defendiendo y
confirmando los rigores, soledad y vida reformada de la custodia de
Sta. Ma de la Arrábida; se relacionó con los reyes de Portugal, la
nobleza y el pueblo: han llegado hasta nosotros algunos testimonios
de correspondencia epistolar cruzada entre fr. P. y los reyes D.
Juan III y Da Catalina (1540), los infantes D. Luis, Da María y Da
Isabel y el conde de Vimioso D. Alfonso de Portugal (1551), que
proclaman por sí mismos la eficaz influencia y notable
preponderancia de la espiritualidad alcantarina sobre el sentimiento
religioso del ambiente popular portugués.
Después de 1554, citando se vio
libre de los oficios y dignidades de la Provincia de S. Gabriel, fr.
P. sintió deseos de llevar vida eremítica (v. EREMITISMO) y se
dedicó, con consejo y anuencia de sus superiores, a la soledad,
penitencia y oración. Dos fueron los lugares escogidos por fr. P.
para retirarse del mundo: Sta. Cruz de Paniagua (Cáceres), en los años
del 1555-57, y N. Sra. de la Concepción del Palancar, «en la
dehesa que se dice del Berrocal, a la fuente del Palancar», desde
mayo de 1557 en adelante. En ambos sitios construyó inicial y
rudimentariamente la capilla para el Señor y dos minúsculas
habitaciones, una a cada lado de la capilla, para sus solitarios
moradores. Famosa y proverbial era la medida de su celda en el
Palancar, según atestigua S. Teresa de Jesús: «su celda, como se
sabe, no era más larga de cuatro pies y medio». (Vida, cap. 27).
Todo el conventito, que construyó en 1559-60, que aún se conserva
hoy, tenía 28 pies de largo por 30 de ancho, según informan el
guardián y el presidente del convento en el Proceso de beatificación
de 1618.
La fama de la santidad de P. de A. se
extendió desde su retiro por toda España, de modo que el eremita
empezó a ser buscado cada vez por mayor número de personas que
deseaban su consejo y dirección espiritual: sus discípulos D.
Rodrigo de Chaves y su mujer, D. Fernando Enríquez y D. Diego Suárez
y algunos caballeros más trasladaron su residencia habitual al
vecino pueblo del Pedroso, para beneficiarse de la compañía y
consejos de fr. Pedro. Acudieron igualmente al Palancar S. Francisco
de Borja, los condes de Osorno y duques de Galisteo, los condes de
Oropesa y Deleitosa, los marqueses de Mirabel, el obispo de Coria, y
otras muchas personas. También el emperador Carlos V, retirado
voluntariamente en el monasterio de Yuste, llamó a su presencia a
P. de A., con la petición de que fuese su confesor, lo que fr. P.
no aceptó; tampoco quiso serlo de la princesa Da Juana, fundadora
de las Descalzas reales. Estas tareas habían de apartarle de su
soledad, y él procuraba conservar ésta según su personal plan de
vida.
No pudo, sin embargo, evitar ser
elegido, por los franciscanos de la Custodia de Galicia, su
comisario general de los conventuales reformados de España (1559),
y este cargo lo desempeñó ya hasta su muerte. Fundó -en
elejercicio de sus funciones- la provincia de S. José (1561),
primero bajo la dependencia del Maestro general de los Conventuales
y después (1563) sujeta al Ministro general de los Observantes (v.
FRANCISCANOS I, 1) y constituyó numerosos conventos, poniendo de
relieve su antigua preocupación por multiplicar las fundaciones
franciscanas. Al morir fr. P. de A. la provincia de S. José contaba
con tres Custodias: la de S. Simón de Galicia, la de S. José de
Elche (Valencia) y la de Extremadura, con 15 conventos extendidos
por toda la geografía española.
Como director de incontables almas
tuvo el privilegio de serlo de dos especialmente privilegiadas:
Maridíaz del Vivar (m. 1572) y S. Teresa de Jesús (v.), discípulas
aventajadas de fr. P.; la reformadora del Carmelo es la mejor
panegirista en su Vida (cap. 27 en adelante) del hombre «hecho de
raíces de árboles», cuya penitencia, santidad y ciencia
experimental en la dirección de almas destaca la doctora abulense
de manera elocuente.
Escritos. Fr. P. no sólo influyó
espiritualmente en las personas con quienes trataba, sino que nos ha
dejado vacíos tesoros literarios de su espiritualidad. Perdido y
desconocido hasta ahora su primitivo Tratado, que escribió y «que
venía en solos cinco pliegos» publicados, se conoce y ha llegado a
nosotros el Tratado de la Oración y Meditación recopilado por el
R. P. F. Pedro de Alcántara Frayle menor de la orden del B. S.
Francisco..., Lisboa, 1557-58. Sin duda, esta edición del Tratado,
hecha por Blavio de Colonia con el nombre de fr. P., está compuesta
y redactada teniendo a la vista el Libro de la oración de fr. Luis
de Granada (v.), publicado en Salamanca por Andrés de Portonariis
en 1554; lo confiesa y declara con toda lealtad el propio fr. P. en
la Dedicatoria a su discípulo Rodrigo de Chaves; sin embargo, es
una recopilación y resumen del Libro del granadino de forma muy
personal y sucinta, con aportación de documentos nuevos
completamente óriginales del alcantarino, tomados de la mística
franciscana entonces preponderante, que hacen del Tratado un libro
peculiarmente suyo, aunque a veces extracte casi a la letra el Libro
del P. Granada (hay una ed. del Tratado en ed. Rialp, Madrid 1962).
También compuso las Constituciones
de las Provincias de S. Gabriel y de S. José (1540, 1561 y 1562),
tres códigos legislativos por los que reglaron sus vidas durante
mucho tiempo los franciscanos descalzos.
Tradujo los Soliloquios de S.
Buenaventura (v.), precioso librito ms., conservado en el archivo
franciscano de Pastrana, atestiguando su autenticidad el obispo de
Huesca D. Juan Moriz de Salazar en 1617.
Suyo igualmente es el Dictamen en 33
puntos que escribió a una de las primeras Relaciones de conciencia
de S. Teresa de Jesús; lo manifiesta la misma santa: «Como le di
cuenta en suma de mi vida y manera de proceder de oración con la
mayor claridad que yo supe...; así que sin doblez ni encubierta le
traté mi alma... Él me dio grandísima luz, porque al menos en las
visiones que no eran imaginarias no podía yo entender qué podía
ser aquello... Este santo hombre -prosigue S. Teresa- me dio luz en
todo y me lo declaró y dijo que no tuviese pena, sino que alabase a
Dios y estuviese tan cierta que era espíritu suyo que, sino era la
fe, cosa más verdadera no podía haber ni que tanto pudiese creer».
También declara que «no había en esta ciudad (de Ávila) quien me
entendiese; más que él hablaría a quien me confesaba (P. Baltasar
Alvarez, SJ) y a uno de los que me daban más pena (D. Francisco de
Salcedo)... Y así lo hizo el santo varón que los habló a
entrambos y les dio causas y razones para que se asegurasen y no me
inquietasen más» (Vida, cap. 30).
Es tajante y definitiva en el ánimo
de Teresa de Ahumada la Carta de 14 mayo 1562 de fr. P. sobre la
pobreza absoluta, así como la que envió al obispo de Ávila (sin
fecha, pero escrita en agosto de 1562), ambas relacionadas y
decisivas para la fundación e inauguración del convento de S. José
de Ávila; las dos cartas se han conservado en un relicario como
documentos fundacionales de la reforma teresiana. Se conocen
igualmente dos Cartas de Hermandad y ocho más escritas a varias
personas nobles de Portugal y Castilla que están recogidas y
publicadas por cronistas y biógrafos.
Por último, Sala Balust descubrió
en la bibliofeca de la R. A. de la Historia un breve Comentario
sobre el salmo Miserere que atribuye a P. de A.; se trata de unos
fragmentos inimitablemente comentados (son sólo los cinco primeros
versículos del Miserere) que fluyen valientes y arrebatados del
fogoso corazón del asceta y contemplativo fr. Pedro; están
editados en la revista «Salmanticensis» 2 (1955) 154 ss.
Culto. M. el santo en la villa de
Arenas de S. Pedro (Ávila) en la madrugada del domingo 18 oct.
1562, a los 63 años de edad y 47 de hábito, siendo enterrado en S.
Andrés del Monte, futuro convento franciscano; la pequeña capilla
de S. Andrés, se convirtió muy pronto en santuario de
peregrinaciones y ex-votos por los numerosos milagros que Dios
obraba en el sepulcro de P. de A. Fue beatificado por Gregorio XV eJ
18 abr. 1622 y canonizado por Clemente IX el 28 abr. 1669. Se
celebra su fiesta el 19 octubre.
La villa de Arenas y su comarca lo
eligieron por Patrón en 1622 y al año siguiente fundaron la Cofradía
de S. Pedro de Alcántara; asimismo en Alcántara se comenzó a
construir en 1629 una capilla -que conservaen la casa donde nació
eJ santo alcantarino; la diócesis de Coria le eligió por su Patrón
en 1674. También en el Brasil le nombraron «in praecipiuum totius
imperii Patronum» el 31 mayo 1826; y Juan XXIII, por breve del 22
febr. 1962, eligió y declaró su patronato sobre toda la región
extremeña juntamente con el de Nuestra Señora de Guadalupe.
- A. BARRADO MANZANO.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991
(Indice)
San Juan de Avila
(1499-1569)
Vida
y actividades. N. en 1499 en Almodóvar del Campo (Ciudad Real). Fue
hijo único de Alonso de Ávila, descendiente de judíos, y de
Catalina Xixón. De 1513 a 1517 estudia en Salamanca las «negras
leyes». Allí sufre una verdadera conversión a una vida mejor. De
1517 a 1520 vive retirado en Almodóvar. De 1520 a 1523 estudia
Artes en Alcalá, alcanzando el título de bachiller, y del 1523 a
1526 estudia Teología. Vive en un clima efervescente de
renacentismo e iluminismo (v.). Las prensas complutenses editan por
entonces los libros de Erasmo (v.). La mayoría de los profesores y
alumnos son sus partidarios. J. de A., más tarde, recomendará su
lectura (Cartas 5 y 225).
Se ordena sacerdote en 1526 y celebra
en Almodóvar su primera Misa, para marchar en seguida a Sevilla con
ánimo de pasar a las Indias. Antes repartió entre los pobres su
patrimonio. Pero en Sevilla le conoce el buen sacerdote Fernando de
Contreras y éste consigue que el arzobispo Manrique le retenga allí.
Quizá su sangre «no limpia» impidiera el embarque. Trabaja en
Sevilla, Écija, Alcalá de Guadaira, Lebrija... Pero pronto, en
1531, es denunciado a la Inquisición (ciertas frases borrosas, las
clásicas reuniones de grupitos para hacer oración, etc.). En 1531
se dicta contra él la orden de prisión. Durante la misma su espíritu
madura y piensa planes de acción. Traduce el Kempis (v.) y comienza
a escribir el Audi Filia. El 5 jul. 1533 es absuelto. Marcha a Córdoba,
cuya diócesis será, en adelante, el epicentro de su vida inquieta.
Luego a Granada, donde debió de hacerse maestro en Teología. También
Baeza, Jerez de la Frontera, Sevilla, Zafra, Priego, Montilla, etc.,
serán escenario de su apostolado multiforme. Porque J. de A.
predica, confiesa, dirige, escribe, reúne discípulos, funda
colegios, aconseja a obispos, crea un movimiento de renovación
pastoral que pronto le hará célebre en toda España. Su predicación
impresiona y las conversiones que provoca son a veces llamativas:
Sancha Carrillo, Juan de Dios (v.), María de Hoces, Francisco de
Borja (v.)... En seguida reúne un crecido número de discípulos y
dirigidos de todas las clases y condiciones. Entre los que le
consultan ocasionalmente figura Teresa de Jesús. Algunos clérigos
forman un grupo de hijos espirituales que le obedecen, trabajan a
sus órdenes, y constituyen casi una congregación. Algunos tienen
vida común con él. Son misioneros, catequistas, maestros en
colegios, y desde sus oficios y beneficios viven una vida apostólica
y ejemplar, aquella que Trento legislaba por esos mismos días.
La fundación de colegios fue una de
las grandes preocupaciones y realizaciones de J. de A. En esto, como
en otras iniciativas pastorales, fue su maestro F. de Contreras.
Pero él amplió los horizontes: Colegios para formación de clérigos
como en Granada, Córdoba, etc. Colegios «de la doctrina» para niños
pobres. Colegios de estudios para clérigos, y seglares de distintas
categorías: de letras, de artes, de teología, de escritura. En el
Colegio de Baeza (fundado por el notario papal Rodrigo López en
1538) es procurador y gestor; en él pondrá sus mejores empeños y
colocará a los mejores de sus discípulos, hasta convertirlo en la
universidad más importante de toda Andalucía (año 1542 y ss.). Más
de quince colegios de una u otra clase fundó a lo largo de su vida.
En la de otros muchos intervino indirectamente por medio de sus discípulos.
El movimiento sacerdotal y apostólico
de J. de Q. se encontró con otro similar que penetra en España
hacia 1546: la Compañía de Jesús de Ignacio de Loyola (v.).
Pronto surgieron los contactos. El resultado fue que el grupo de J.
de A. quedó frenado sin llegar a organizarse y muchos de sus discípulos
pasaron a la Compañía. Él mismo estuvo en pasamientos y tratos
para incorporarse a ella y S. Ignacio lo deseó grandemente, pero
sus años y achaques, su condición de «cristiano nuevo», su
estilo espiritual, lo impidieron. J. de A. siguió cultivando a los
discípulos que quedan en el siglo, o en otras instituciones, y
siendo el consultor de media España que busca en él consejos e
iniciativas espirituales.
Los grandes prelados, como Gaspar de
Ávalos, Cristóbal de Rojas, Juan de Ribera, Pedro Guerrero..., le
escriben y consultan. A Pedro Guerrero, su gran amigo, dedica el
Tratado de la reformación del estado eclesiástico, y su escrito De
lo que se debe avisar a los obispos, obras que aquél llevará a
Trento, ya que no pudo llevar al maestro. Para Cristóbal de Rojas
redactará las Advertencias al Concilio de Toledo (1565-66), que aquél
presidió, y que fue uno de los Concilios provinciales convocados
para aplicar el de Trento.
Los últimos 16 años de su vida los
pasa retirado en Montilla. Graves enfermedades le postran y
debilitan. Vive con dos de sus discípulos, Juan Díaz y Juan de
Villarás. Desde allí atiende a todos, escribe y reza. Dirige a Ana
Ponce de León, condesa viuda de Feria, monja en el monasterio de
Clara de aquella ciudad. Trata mucho con los jesuitas que han
fundado un Colegio en Montilla. Sufre con la inclusión de su Audi
Filia en el drástico catálogo de libros prohibidos del inquisidor
Valdés en 1559 (se había editado su libro en Alcalá en 1556 sin
que él lo supiera) y porque varios de sus discípulos se ven más o
menos implicados en asuntos inquisitoriales: son cristianos nuevos,
y tienden hacia un iluminismo (v.) que no es el sereno y equilibrado
del Maestro. Sus dolencias son cada vez más graves y muere
santamente en su casita de Montilla el 10 mayo 1569. Quiso ser
enterrado en la iglesia de la Compañía de Jesús. Fue beatificado
por León XIII en 1894 y declarado patrono del clero secular español
en 1946 por Pío XII. Canonizado en 1970 por Paulo VI.
Significado de su obra. J. de A. es
el exponente principal en España de la reforma religiosa en la hora
del Renacimiento. Todas las inquietudes y deseos que desde el s. xv
venían pululando, y que a lo largo del xvi cristalizarán en mil
realizaciones más o menos logradas, él las centra en cierta manera.
Su misma condición de clérigo secular sin más aditamentos le hace
más universalmente representativo. En sus relaciones humanas hay
personas de todas las edades y todas las clases sociales, cuenta con
discípulos de muy variada condición: prelados, clérigos,
religiosos (Fray Luis de Granada será de los más afectados por él
y que más le veneren), nobles, gentes humildes. Pero lo más
interesante es el equilibrio doctrinal y de acción que él
significa. Los afanes de reforma del s. xv y primera mitad del xvi
son imprecisos, vacilantes muchas veces. Se buscan soluciones, con
generosidad casi siempre, pero en ocasiones sin acierto. El clima
general es, por eso mismo, de libertad, de irenismo, de iniciativas
audaces. Se vuelve la mirada al Evangelio y... a los clásicos
paganos. Ese ambiente es el que ha respirado J. de Á. en Alcalá.
Su alma recta y auténticamente cristiana le ha hecho asimilar lo
mejor de aquel clima, e instintivamente le ha librado de ciertos
escollos.
Pero los tiempos fueron cambiando. Y
la libertad de movimientos de los hombres también. Las tensiones se
definen y precisan, y las actitudes encontradas se fueron recortando
y se levantaron frente a frente. Trento (v.) es la gran línea
divisoria. Todo esto se registra muy bien en la vida y en la obra de
J. de Á. Basta confrontar las dos redacciones del Audi Filia, la de
1556 y la de 1574. En la primera el tono es más optimista y de
mayor confianza, amplio, «irénico», se insiste en el beneficio de
Cristo, tema tan valdesiano y erasmiano; hay más pasividad en la
vida espiritual que se presenta, y más frescura, más libertad en
la expresión, hay gotas de nominalismo (v.) en el fondo. La segunda
edición aparece después del Conc. de Trento. Su tono es distinto.
Lo esencial permanece pero depurado, precisado, anotado con
explicaciones y atenuantes.
Permanece lo que hubo siempre en él
de la S. E. (sobre todo de S. Pablo), de fervor patrístico y
tomismo, de espiritualidad de S. Bernardo y S. Buenaventura, de
influencias de la devotio moderna (v.), de escondido erasmismo y
humanismo renacentista. Permanece el tema clave de su vida y de su
doctrina: el misterio de Cristo, del Cristo total, pero mejor
matizado a la luz del Conc. de Trento. Ignacio de Loyola, la otra
cumbre de la reforma en España, fue siempre más igual a sí mismo,
más cauto, en cierto modo más sencillo y más anclado en lo seguro
y recibido. El mismo amor empujó a estos dos hombres y les hizo en
gran parte afines, pero su psicología era distinta. En J. de Á.
hay más teología y peso doctrinal. Y también más cultivo de la
vida de oración, que llevará a desviarse a algunos de sus discípulos,
haciéndoles incidir en un iluminismo peligroso, que supo evitar la
gran personalidad del maestro. Esa tendencia se dio también en no
pocos jesuitas españoles, y dio quehacer a los superiores de la
Orden a lo largo de todo el s. xv1. La espiritualidad de ambos es
eminentemente apostólica, volcada a la acción, que en Ignacio aún
es más relevante. En cuanto a realizaciones prácticas J. de Á. e
Ignacio fueron clarividentes y eficaces, pero Ignacio dio con la fórmula
institucional, la Compañía, de proyección universal. J. de Á. no
pasó de crear un movimiento fecundo pero que -no institucionalizado-
se extinguió en seguida. Hay algo de grandioso fracaso en su obra y
en su vida que acabó humildemente en el rincón de Montilla.
En resumen, J. de A. recoge lo mejor
de las corrientes espirituales anteriores, y nos ofrece una doctrina
ecléctica pero genial, y en él muy completa y lograda: cristocéntrico
y eclesial, asceta firme y prudente, abierto a la mística sin
exaltaciones sentimentales. Su preocupación por la reforma eclesial
tuvo consecuencias preciosas, sobre todo en lo que a la visión y
formación del estado clerical se refiere. Sus advertencias a Trento
en ese sentido fueron penetrantes y exactas. Hombre de vuelo sublime
y de sentido práctico a la par, que vivió toda la maravillosa
evolución espiritual de su tiempo. Tradicional y, a la vez,
intelectualmente al día. Contemplativo, austero, celoso y
trabajador. Su historia refleja la historia de la España espiritual
del s. XVI.
Escritos. El Audi Filia, antes citado.
La 2a ed., cuidadosamente limada y ampliada por él, se publicó ya
después de su muerte, en 1574. Los Sermones, que recogen algo de lo
que fue su ardiente predicación. Las Cartas, lo mejor de J. y de
las que varias constituyen pequeños tratados. El Tratado sobre el
sacerdocio, de donde se tomaron las pláticas sobre el mismo tema.
El Tratado sobre el amor de Dios, sencillamente delicioso. La
traducción del Kempis, ya aludida. Y otras obras menores (avisos,
pequeños trataditos, versos...). La influencia de sus escritos, aun
durante su vida, fue inmensa. Se editan y traducen mucho después de
su muerte y casi todos los autores espirituales posteriores le citan.
En la misma escuela beruliana (v. BERULLE) influirá por su doctrina
y afanes por el sacerdocio, sobre todo a través de A. de Molina,
que depende de él. J. de A. no es un pensador hondo y genial, como
p. ej. S. Juan de la Cruz. Por eso, como ocurre con todos los
activistas y culturalistas, su influencia actual es más por su
recuerdo histórico y ejemplar que por su real magisterio doctrinal,
sin que éste pueda negarse a una selección de sus escritos, por su
sana y elaborada espiritualidad, por su realismo, por su estilo
sereno y vigencia actual.
- B.
JIMÉNEZ DUQUE.
- Cortesía
de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991
(Indice)
San Juan de Dios
(1495-1550)
Fundador de la Orden de los Hospitalarios .
Juan Ciudad (o Cidade) n. en 1495 en
Montemayor Nuevo (Alentejo) en el seno de una piadosa y modesta
familia. A los ocho años, por motivos desconocidos, marchó de casa
en compañía de un sacerdote, quien le dejó en Oropesa al cuidado
de Francisco Cid, mayoral del conde de Oropesa, el cual le trató
como un miembro más de su familia, procurándole instrucción
elemental y ocupándole en diversas faenas agrícolas y ganaderas. Más
adelante se alistó en el ejército de Carlos V y participó en la
reconquista de Fuenterrabía que había caído en poder de Francisco
I de Francia. Siendo robado del botín que se le había entregado
como custodia, fue condenado a muerte, aunque después fue dejado en
libertad y expulsado del ejército (1523). Tras nueve años de nuevo
en Oropesa, volvió a enrolarse, tomando parte esta vez en la
defensa de Viena contra Solimán I I (1532). De regreso en España,
en 1533 peregrina a Compostela, visita a su tierra natal y se
traslada a Sevilla donde ejerce el oficio de pastor. En 1535 pasa a
África y en Ceuta permanece cerca de tres años trabajando en las
fortificaciones de aquella plaza fuerte. En 1537 regresa a la península
y en Gibraltar desempeña oficios diversos hasta que, cuando ha
reunido cierta cantidad de dinero, compra estampas y libros piadosos
y se dedica a venderlos por las calles. Poco después, parece que
por inspiración divina, fija su residencia en Granada donde instala
una pequeña tienda de libros y estampas junto a la Puerta de
Elvira.
Oyendo predicar un día (20 en. 1539)
a S. Juan de Ávila (v.), su interior se siente removido por una
conversión que le impulsa a dar muestras públicas de
arrepentimiento y penitencia, hasta el punto de ser tomado por loco
e internado en el Hospital Real, donde experimenta en su carne las
deficiencias del sistema hospitalario de aquellos tiempos,
especialmente con los enfermos mentales. Deseando entonces dedicar
su vida al cuidado de los enfermos, tras una peregrinación a
Guadalupe (v.), comienza a recoger pobres por las noches en el atrio
de un palacio y, poco después, alquila una casa en la calle Lucena
(1540) con ayuda de las limosnas que iba mendigando por la ciudad.
En este local comienza la organización de su sistema hospitalario,
perfeccionada en 1547 al trasladarse a un local más amplio que le
proporcionó el arzobispo Pedro Guerrero en la cuesta de los Gomeles.
El obispo de Tuy y presidente de la
Cancillería de Granada, Sebastián Ramírez, le dio el nombre de
Juan de Dios, que J. aceptó y que usó desde entonces. Ya en 1546
comenzaron a agregársele discípulos (Antón Martín, el primero)
aunque durante su vida no constituyeron ningún tipo de organización
estable.
En 1548 funda otro hospital en Toledo
y viaja a Valladolid en demanda de subvenciones al regente del reino,
Felipe 11, quien le ánima en su tarea. En ocasiones tuvo necesidad
de dar testimonio de su caridad heroica: con motivo del incendio del
Hospital Real (3 jul. 1549), entrando solo entre las llamas sacó
numerosos enfermos y salvó gran parte de los enseres, aunque su
salud quedó muy quebrantada; casi un año después se arrojó al
Genil para salvar la vida de un niño que se ahogaba. El
enfriamiento subsiguiente acabó con su ya débil naturaleza: m. el
8 mar. 1550 de rodillas y con el crucifijo entre las manos, mientras
recitaba la jaculatoria «Jesús, en tus manos encomiendo mi espíritu».
El significado de su labor ha sido
exaltado por varios Papas: «con la penetrante visión de su fe llegó
hasta el fondo del misterio que se esconde en los enfermos, en los débiles
y en los afligidos; y consolándolos, de día y de noche, con su
presencia, con sus palabras, con el alivio de las medicinas, estaba
convencido de prestar ese piadoso servicio a los miembros dolientes
del Redentor» (Pío XI; en el IV centenario de la fundación de la
Orden); «Además de constituir un ejemplo esplendoroso de
extraordinaria penitencia y desprecio de sí, de contemplación de
las cosas divinas y continua oración, de pobreza extrema y perfecta
obediencia, fue espejo limpísimo de caridad tanto hacia las almas
como hacia los cuerpos enfermos» (Pío XII; en el IV centenario de
la muerte del santo).
La obra social del santo con las
clases necesitadas estaba presidida por el lema «vale más un alma
que todos los tesoros del mundo». Muchas de sus iniciativas lo
colocan entre los precursores de la asistencia social y del progreso
hospitalario. El campo específico de su caridad fue el cuidado de
los enfermos, pero se extendía a todos: pobres, niños abandonados,
jóvenes y viudas necesitadas, muchachos sin medios para estudiar,
obreros sin trabajo, gente sin techo, mujeres perdidas sacadas por
él del fango y devueltas a la honestidad y a la virtud. La
organización y el tratamiento higiénico-sanitario adoptado por él
y después por sus discípulos, son sorprendentes: la caridad le hacía
intuir el progreso actual en la asistencia a los enfermos. En su
hospital, el santo comenzó a separar los pacientes según las
diversas enfermedades y en cada cama ponía un solo enfermo. Para
los enfermos mentales tenía atención y cuidados particulares.
Algunos estudiosos especializados han reconocido que «en cuanto al
trato con los enfermos J. fue un reformador» y «el creador del
hospital moderno» (C. Lombroso), y que «en la historia de la
Medicina, y más concretamente en la de la asistencia hospitalaria,
merece un puesto que no podrá borrarse con el transcurso de los
siglos» (A. Pazzini).
Beatificado por Urbano VIII el 21
sept. 1630, fue declarado santo por Alejandro VIII el 16 oct. 1690,
aunque la bula de canonización fue publicada por su sucesor,
Inocencio XII, el 15 jul. 1691, fijándose la celebración de su
fiesta el 8 de marzo. León XIII (22 jun. 1886) le declaró, junto
con S. Camilo de Lelis (v.), patrón de los hospitales y de los
enfermos, incluyendo su nombre en las letanías de los agonizantes.
Pío XI (28 ag. 1930) le nombró patrón de las enfermeras y de sus
asociaciones. Pío XII le declaró en 1940 copatrono de Granada (junto
a N. S. de las Angustias) y en 1953 patrón de los vigilantes de
incendios. En algunos lugares se le invoca como patrón de los
libreros. En 1737 la ciudad de Granada le edificó un suntuoso
templo (elevado en 1916 a la categoría de Basílica menor por
Benedicto XV) donde se conservan sus restos en una rica urna de
plata obra del orfebre Miguel Guzmán.
La iconografía de J. es rica y
variada, tanto en Europa como en Ibero-América y Filipinas. Se le
representa de diversas maneras: con o sin hábito; con el esportillo
que usaba para recoger las limosnas; transportando enfermos con
ayuda de S. Rafael; entre las llamas del Hospital Real; lavando los
pies a Cristo transfigurado; con el Niño Jesús; con Jesús farmacéutico
(M. Vajda, hospital de Viena); con la Virgen de Guadalupe; etc.
Entre los artistas que lo han representado destacan los pintores
Murillo, Zurbarán, Ribera, Moratta y Jordán y los escultores
Alonso Cano, Mora y Risueño.
- JOSEMARÍA REVUELTA.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991
(Indice)
Santa Teresa de Jesús
(1515-1582)
Teresa Sánchez Cepeda
Dávila y Ahumada, nació en Ávila, Castilla la Vieja, el 28 de
marzo de 1515; y murió en Alba de Tormes, el 4 de octubre de 1582.
Fue el tercer hijo de Don Alonso Sánchez de Cepeda, con su segunda
esposa, doña Beatriz Dávila y Ahumada, la cual murió cuando la
santa tenía catorce años de edad. Teresa fue criada por su piadoso
padre, que era amante de libros serios, y por una tierna y piadosa
madre. Después de su muerte y del matrimonio de su hermana mayor,
Teresa fue enviada a las monjas Agustinas en Ávila para ser educada,
teniendo que abandonarlas luego de dieciocho meses, debido a una
enfermedad, permaneciendo durante unos años con su padre, y en
algunas ocasiones, con otros parientes. En una de estas ocasiones,
su tío la relacionó con las Cartas de San Jerónimo, las que
hicieron se decida por la vida religiosa, pero no tanto debido a una
atracción hacia ella, sino por el deseo de escoger el camino más
seguro. Al no obtener el consentimiento de su padre, en noviembre de
1535, abandona en secreto la casa paterna, ingresando en el Convento
Carmelita de la Encarnación, en Ávila, el cual contaba en ese
entonces con 140 monjas. El dejar a su familia la causó gran dolor,
el cual comparaba luego con el que se siente por la muerte. Sin
embargo, finalmente su padre cedió y Teresa tomó el hábito.
Después de su profesión
—al año siguiente—, ella enfermó gravemente, teniendo que
soportar una larga convalecencia, la cual, unida a los torpes
tratamientos médicos, la dejaron reducida a un estado más
calamitoso, e incluso, después de su parcial recuperación, gracias
a la intercesión de San José, su salud siempre fue pobre. Durante
estos años de sufrimientos empezó la práctica de la oración
mental, pero, temiendo que las conversaciones sobre temas mundanos
que realizaba con algunos parientes que visitaban con frecuencia el
convento la hicieran indigna de las gracias que Dios le concedía
por medio de la oración, abandonó esta práctica, hasta que fue
influenciada primero por los dominicos y luego por los jesuitas.
Entretanto, Dios había empezado a visitarla con "visiones
intelectuales y locuciones", en las que sus sentidos no eran
para nada afectados, pues veía las imágenes y escuchaba las
palabras en su mente, también la alentaba y fortalecía para poder
sobrellevar sus pruebas, reprendía por su falta de fe, y consolaba
en sus problema. Incapaz de reconciliar estas gracias recibidas con
sus defectos, los cuales su delicada conciencia le hacía ver como
grandes faltas, recurrió no sólo a los confesores más
espirituales que encontraba, sino también a algunos santos laicos,
los cuales, al no saber que los relatos que ella les hacia de sus
pecados eran bastante exagerados, creyeron que eran obra del maligno.
Cuanto más ella luchaba por rechazarlos, tanto más Dios obraba
maravillosamente en su alma. Toda la ciudad de Ávila vivía
inquieta a causa de los informes acerca de las visiones de esta
monja. Se le pidió a San Francisco de Borja y San Pedro de
Alcántara, y después a varios dominicos (particularmente a Pedro
Ibáñez y a Domingo Bañez), jesuitas, y a otros religiosos y
sacerdotes seculares, discernir la obra de Dios y guiarla por un
camino seguro.
Los relatos contenidos en
su "Autobiografía" (terminada en 1565, una versión más
temprana se ha perdido), en las "Relaciones", y en el
"Castillo Interior" acerca de su vida espiritual conforman
una de las biografías espirituales más importantes, comparadas
sólo con las "Confesiones de San Agustín". A este
periodo también pertenecen las extraordinarias manifestaciones,
como la transverberación del corazón que experimentó, sus
desposorios espirituales, y su matrimonio místico. Una visión en
la que vio el lugar en el infierno que le era destinado si no fuera
fiel a las gracias recibidas, hizo que se determinara a llevar una
vida más perfecta. Después de muchos problemas y oposiciones,
Santa Teresa fundó el convento de Monjas de Carmelitas Descalzas de
la Antigua Observancia de la Regla de San José de Ávila (24 de
agosto de 1562), y, después de seis meses, obtuvo el permiso para
poder residir en él. Cuatro años después, recibió la visita de
Juan Bautista Rubeo (Rossi), el General de los Carmelitas, quién no
sólo aprobó lo que ella había hecho, sino que además le dio
licencia para fundar otros conventos, tanto de frailes como de
monjas. Casi de inmediato, fundó un convento de monjas en Medina
del Campo (1567), Malagón y Valladolid (1568), Toledo y Pastrana
(1569), Salamanca (1570), Alba de Tormes (1571), Segovia (1574),
Beas y Sevilla (1575), y Caravaca (1576). En el "Libro de las
Fundaciones", ella relata la historia de estos conventos, los
cuales, en su mayoría, fueron fundados a pesar de existir grandes
oposiciones, pero con la ayuda manifiesta del cielo. Por todas
partes ella encontraba almas generosas que querían abrazar las
austeridades de la regla primitiva del Carmelo. Luego de conocer a
Antonio de Heredia, prior de Medina, y a San Juan de la Cruz (q.v.),
empezó su reforma de los frailes (28 de noviembre de 1568), los
primeros conventos fueron los de Duruelo (1568), Pastrana (1569),
Mancera, y Alcalá de Henares (1570).
Una nueva época se dio
inicio con la entrada en religión de Jerónimo Gracián, ya que a
este importante hombre, el nuncio, al poco tiempo, le dio el cargo
de Visitador Apostólico de los frailes y monjas carmelitas de la
estricta observancia de Andalucía, y como tal, se consideró con el
derecho a oponerse a las restricciones dadas por el general y el
capítulo general. A la muerte del nuncio y con la llegada de su
sucesor, empezó una gran tormenta sobre Santa Teresa y su obra, la
que duró cuatro años y pareció sería el final de la naciente
reforma. Los hechos de esta persecución están bien descritos en
sus cartas. La tormenta al fin pasó y la provincia de carmelitas
descalzos, contando con el apoyo de Felipe II, fue aprobada y
canónicamente establecida el 22 de junio de 1580. Santa Teresa,
estando ya anciana y con la salud resquebrajada, realizó más
fundaciones, en Villanueva del la Jara y Palencia (1580), Soria
(1581), Granada (a través de su asistenta la Beata Ana de Jesús),
y Burgos (1582). Ella abandonó este último lugar a finales de
julio, y, deteniéndose en Palencia, Valladolid, y en Medina del
Campo, llegó a Alba de Tormes en septiembre, soportando grandes
sufrimientos corporales. Al poco tiempo tuvo que guardar cama,
falleciendo el 4 de octubre de 1582. El día siguiente, debido a la
reforma del calendario, debía de ser considerado 15 de octubre.
Después de algunos años su cuerpo fue trasladado a Ávila, pero
luego fue nuevamente trasladado Alba, en donde todavía se conserva
incorrupto. Su corazón, el cual muestra las marcas de la
transverberación, está también expuesto para ser venerado por los
creyentes. Ella fue beatificada en 1614, y canonizada en 1622 por el
Papa Gregorio XV, su fiesta fue fijada en el día 15 octubre.
El lugar de Santa Teresa
entre los escritores de teología mística no tiene comparación. En
sus escritos sobre este tema, narra sus experiencias personales, las
cuales, gracias a una visión profunda y a un don analítico,
explica con claridad. El substrato tomista puede remontarse a la
influencia de sus confesores y directores, muchos de los cuales
pertenecían a la orden dominica. Ella no tuvo ninguna intención de
fundar una escuela, en el sentido literal del término, y no existe
vestigio alguno en sus escritos de algún tipo de influencia del
Areopagita, ni de las escuelas de mística patrística o
escolástica, como se puede ver entre otros, en los místicos
dominicos alemanes. Ella es intensamente personal, su sistema va
exactamente hasta donde sus experiencias llegan, no dando un paso
más allá.
Una última palabra debe
ser agregada sobre la ortografía de su nombre. Últimamente se ha
puesto de moda escribir su nombre Teresa o Teresia, sin
"h", no sólo en español e italiano, en los que la
"h" no tiene sentido, sino también en francés, alemán,
y latín, los cuales deberían conservar la ortografía etimológica.
Como se deriva de un nombre griego, Tharasia, la santa esposa de San
Paulino de Nola, en alemán y latín debe escribirse Theresia, y
Thérèse, en francés.
BENEDICT
ZIMMERMAN
(Indice)
San Juan de la
Cruz (1542-1591)
Religioso y escritor místico español del
Siglo de Oro. Su padre, Gonzalo de Yepes, mercader toledano, casó
en Fontiveros con Catalina Álvarez, pobre huérfana que trabajaba
en un telar. Ello supuso la extrañación de la familia paterna, y
siguió una vida precaria, trabajosa. Nació el primer hijo,
Francisco, en 1530. El segundo, Luis, poco después. El tercero,
tardío, Juan, en 1542. El padre enfermó poco después y moría
tras dos años de dolencia. La joven viuda, con tres niños y
malquista de los parientes del difunto, acudió a uno de éstos, el
Arcediano de Torrijos, que se desentendió. Recurrió a otro,
médico en Gálvez; éste recogió al mayor, no más de un año.
Catalina, de nuevo con los tres, decidió abandonar Fontiveros y
buscar trabajo en Arévalo, donde estuvo tres años, hasta 1551, en
que se trasladaron a Medina en busca de nuevas posibilidades. En
Arévalo había muerto Luis y casado Francisco con Ana Izquierdo,
tan pobre como ellos, que se agregó a la familia. Juan, de nueve
años, quería ayudar también y probó varios oficios, «carpintero,
sastre, entallador y pintor... A ninguno de ellos asentó ni pudo
aprenderle, dice su hermano, aunque él deseaba aplicarse a ganar de
comer. Visto esto por su madre procuró de ponerle en el colegio de
los niños de la Doctrina, donde aprendió en pocos días a leer y
escribir» (Bibl. Nac. Ms. 12.738, f. 611). Él ayudaba a las misas
«casi toda la mañana en el convento de la Magdalena de monjas
agustinas», captó su benevolencia y el interés del administrador
del Hospital de la Concepción, D. Alonso Alvarez de Toledo, que
decidió patrocinarlo y lo vinculó al servicio de su hospital, y «así
le dieron licencia para que fuese a oír liciones de Gramática en
el Colegio de la Compañía de Jesús» (1. c. f. 613). Entre sus
maestros destacó Juan Bonifacio, que en 1557 comenzó a dar la 3,1
clase de Gramática y en 1561 la de Retórica. J. cursó
probablemente los años 1557 a 1561. Decían de él que «tenía el
juicio de un viejo». Las Humanidades centraron su afición. Pero
sobrepasó las fuentes aprendidas y creó un estilo original,
irisado de Biblia. Su mecenas lo invitó a hacer la carrera
eclesiástica, para nombrarlo luego capellán del hospital. Parece
que luego estudió dos años de Artes o Filosofía, quizá en el
Carmen, donde se daban clases (Crisógono, o. c. en bibl. 3). Pero
desdeñando la capellanía, en 1563 pedía el hábito del Carmen
allí mismo e iniciaba su noviciado. Se llamó entonces fray Juan de
Santo Matía, y profesó en el verano de 1564. Este mismo año fue
enviado a la Univ. de Salamanca y se matriculó en Artes,
renovándola los dos años siguientes. En 1567 su matrícula era de
«presbítero teólogo», aunque esto no impide que los años
anteriores hubiese cursado Teología en el Carmen, mientras seguía
Artes en la Universidad. La Teología era según las Sentencias de
Pedro Lombardo.
En 1567 acababa de ordenarse
sacerdote, a sus 25 años, y fue la ocasión de coincidir en Medina
con S. Teresa (v.). Aunque él llevaba el propósito de retirarse a
la Cartuja de El Paular (Segovia), ella lo persuadió que si era
para mejorarse sería más ventajoso hacerlo en servicio de la
Virgen dentro de su Orden. Accedió, con tal que no lo demorase.
Regresó a Salamanca a llenar su matrícula, y en 1568, inauguró la
reforma de los descalzos teresianos en Duruelo (Ávila) el 28 de
noviembre, con el nombre de -J. de la C., y se trasladó a Mancera
en 1570. Fue el primer Maestro de Novicios, y en 1571 el primer
Rector de estudiantes descalzos de Alcalá. En 1572 fue invocado por
S. Teresa para vicario y confesor de las monjas de la Encarnación (Ávila)
donde a la sazón era priora, y lo fue hasta el 3 dic. 1577. Por
conflictos surgidos entre los carmelitas descalzos y calzados (v.
CARMELITAS 1, 5), esa noche fue raptado y conducido sigilosamente a
la cárcel del convento de Toledo, donde sufrió tanto rigor y
penuria, que dándose por muerto después de ocho meses, decidió
fugarse, descolgándose de noche por la ventana con una soguilla que
había labrado deshilachando a escondidas una mantilla de su uso.
Era la noche del 17 ag. 1578, de madrugada acudió a las descalzas,
y desde allí le condujeron los amigos a Andalucía en las soledades
del Calvario (Jaén). En la cárcel había pergeñado su Cántico
espiritual. Sus estrofas fascinantes eran tema de pláticas a las
descalzas, en particular las de Beas, cuya priora, Ana de Jesús,
fue alumna preclara. Allí comenzó la Subida del monte Carmelo,
comentando un «dibujo del Monte», que daba en mano a sus dirigidos.
En 1579 inauguró el colegio de los
Descalzos de Baeza y fue primer rector. En 1582, después de
intentar llevarse a Granada a S. Teresa, llevó en su lugar a Ana de
Jesús a aquella fundación. Por entonces escribió la Noche oscura
y la primera redacción del Cántico espiritual. También la primera
redacción de la Llama de amor viva, a instancia de Da Ana de
Peñalosa. En 1583 acudió al capítulo de Almodóvar, donde se
airearon las líneas de la Descalcez y pronunció su veredicto, como
también el año 1585 en Lisboa sobre las misiones, y fue nombrado
Vicario provincial de Andalucía. Cesaba así del priorato de
Granada, que regentaba desde fin de enero de 1582. Visitó toda
Andalucía, Sevilla, Málaga, Córdoba, Caravaca, Écija y
Guadalcázar.
El 15 oct. 1586 instaura la
fundación de La Manchuela. El 18 abr. 1587 cesa de Vicario y es
nombrado otra vez prior de Granada. En junio de 1588 acude a Madrid
donde el P. Doria implanta la Consulta, de la que es nombrado
Consiliario y prior de Segovia. Allí escribe la segunda redacción
del Cántico espiritual. En el capítulo general de 1590 se muestra
contrario a las innovaciones de Doria y cae en desgracia. Tratan de
anularlo. En julio de 1591 es destinado a México; se le conmuta por
Andalucía, por causa de su enfermedad. Se retira a La Peñuela (La
Carolina). Allí escribe la segunda redacción de la Llama de amor
viva. El 28 de septiembre va a Úbeda, «a curar de unas
calenturillas». Es su última enfermedad. Unas llagas malignas en
el empeine del pie lo acaban. Y la desolación total. Anuncia el
punto exacto de su tránsito «a cantar maitines al cielo», sonando
las doce y comenzar el día 14 dic. 1591, a sus 49 años de edad, y
día de sábado. En mayo de 1593 su cuerpo fue raptado y llevado a
Segovia. Fue beatificado por Clemente X, el 25 en. 1675, y
canonizado por Benedicto XIII el 27 dic. 1726. Pío XI lo declaró
Doctor de la Iglesia el 24 ag. 1926. Se celebra su fiesta el 14 de
diciembre (hasta 1969, el 24 de noviembre).
- EFRÉN J. M. MONTALVA, DE LA MADRE DE
DIOS.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991
(Indice)
San Francisco
Javier (1506-1552)
- Misionero jesuita, uno de los primeros
miembros de la Compañía de Jesús. Patrono y protector de
las misiones católicas.
N. en el castillo de Javier,
donde vivía su familia con unos pocos servidores, en la
provincia española de Navarra, el 7 ag. 1506, hijo de Juan de
Jasu y de María de Azpilcueta. M. en la isla de Sancián, a
las puertas de China, el 3 dic. 1552, a los 46 años de edad.
Después de sus primeros estudios, marchó a la Univ. de París
en 1525 para cursar estudios de Filosofía. Se alojó en el
Colegio de S. Bárbara, donde conoció y entabló amistad con
Ignacio de Loyola (v.), que le enroló entre los compañeros
con los que había de fundar la futura Compañía de Jesús.
F. se le entregó totalmente, sobre todo después del mes de
ejercicios espirituales que le dio el mismo Ignacio y con los
demás compañeros hizo los votos en privado en la misma
ciudad del Sena en 1534 (v. JESUITAS). El acto de los votos
tuvo lugar en la capilla de los mártires de Montmartre. Se
comprometían a hacer una peregrinación a Tierra Santa y a
consagrarse a la vida apostólica en pobreza y en castidad.
De París marcharon a Italia, y
F. J. estuvo en Venecia en 1537; mientras esperaban las naves
para el viaje a Palestina, se dedicó al servicio de los
enfermos en los hospitales de la ciudad. El 24 jun. 1537 recibía
la ordenación sacerdotal, y celebraba en Vicenza su primera
Misa. Luego una temporada en Bolonia dedicado al ministerio
sacerdotal, y en Roma, donde en 1539 toma parte con los demás
compañeros en la fundación de la Compañía de Jesús. Por
entonces, el rey de Portugal, Juan III, conocedor de los
planes y compañeros de Ignacio, pedía al fundador que le
concediera seis de sus religiosos para sus misiones de la
India. Fueron designados dos, Nicolás de Bobadilla y el
portugués Simón Rodríguez. Pero encontrándose enfermo
Bobadilla, fue sustituido por F. J. Llegaron a Lisboa en junio
de 1540, y después de un año de permanencia en Portugal salió
él solo hacia la India el 7 abr. 1541, sin su compañero Simón
Rodríguez, que quedó en Lisboa por mandato del rey. Llevaba
el nombramiento de legado pontificio para todas las tierras
situadas al E del cabo de las Tormentas, luego llamado de
Buena Esperanza.
Más de un año duró la
circunnavegación a lo largo de las costas africanas, en las
que pudo ejercer algunos ministerios sacerdotales en sus
puntos de arribada, particularmente en la isla de Madagascar y
en Mombasa; luego fueron ya directamente a Goa, capital
portuguesa de las posesiones lusitanas de Ultramar, y llegaron
a ella el 5 mayo 1542. F. J. se dedicó sobre todo, después
de haber presentado sus credenciales y sus servicios al obispo
de la ciudad, al cuidado espiritual de la colonia portuguesa,
sin abandonar por ello el ministerio con los paganos, que se
intentaba convertir. Sobresalió por su dedicación a los
enfermos en los hospitales, y a los prisioneros de guerra y
encarcelados; y muy, particularmente por sus catequesis a los
niños, a los que reunía por las calles al sonido de una
campanilla, para enseñarles la doctrina cristiana (V. CATECÚMENO
I, 2). Ya en septiembre del mismo año hizo un primer viaje a
la zona sur de la península, por sugerencia del gobernador,
pues se esperaba, con razón, un abundante fruto de
conversiones, sobre todo en la llamada costa de la Pesquería.
Los bautismos se habían conferido a no pocos nativos, sin la
debida preparación. Era una laguna que ahora le tocaba llenar
al propio F. J., aunque él por su parte también se dejara
llevar de una prisa prematura ante el número ingente de
paganos que pedían su entrada en el cristianismo. Con la
ayuda de intérpretes consiguió traducir a su lengua las
principales oraciones cristianas, con los artículos más
indispensables de la fe. Aquí ejercitó las auténticas
cualidades y virtudes del misionero, corriendo de pueblo en
pueblo, siempre a pie, haciendo el oficio de predicador, de
maestro, de juez en los altercados de la gente, de defensor de
la justicia frente a las injusticias de unos y otros, sobre
todo de los colonos y de los reyezuelos. Allí comenzó
justamente su bien merecida fama de santo y de taumaturgo. Dos
años se detuvo en la costa de la Pesquería trabajando entre
sus queridos paravas; hasta hizo una visita a la cercana isla
de Manar, en las costas de Ceilán, donde habían tenido lugar
los primeros martirios de cristianos. Luego regresó al
continente, a la Pesquería y Travancore, donde multiplicaba
los bautismos, hasta el punto de que, como escribía él mismo,
se le cansaban los brazos de tanto bautizar, y se le resecaba
la lengua de tanto proferir las palabras rituales del
Sacramento.
Regresa a Goa y comienza sus
viajes ya ininterrumpidos, buscando siempre nuevos campos de
apostolado para sí y para los compañeros que S. Ignacio iba
enviándole ininterrumpidamente desde Europa. Se detuvo cuatro
meses en Malaca, ciudad clave en la región de los estrechos,
y emporio comercial y político portugués; de allí pasó a
las llamadas islas Molucas, en la Indonesia actual, visitando
en concreto la isla de Amboino y Ternate, posesión extrema
del dominio colonial portugués, en las cercanías ya de la
gran isla de Nueva Guinea. En esta ocasión hay que colocar su
visita a las célebres islas del Moro, con peligro de la
propia vida, a causa de la ferocidad de sus habitantes: eran
las actuales islas de Halmahera, Rau y Morotai. Tres meses se
detuvo con ellos, con poco fruto desde el punto de vista de la
conversión, pero con tal abundancia de consuelos espirituales
internos, que le traían continuamente anegado en lágrimas.
Regresa a Ternate, y de allí nuevamente a Malaca, en
diciembre de 1547, donde se entera de las favorables
condiciones del Japón para ser evangelizado. A Malaca
llegaban japoneses en plan de comercio; y en la ciudad se
aglomeraban mercaderes portugueses que habían tocado ya con
sus naves las costas del país del Sol Naciente. Entró
particularmente en contacto con un joven japonés, de nombre
Anjiro, al que pudo conferir muy poco después el bautismo. En
1548 salía de Malaca camino del Japón, y el 15 ag. 1549,
desembarcaba en Kagoshima, la patria chica de Anjiro. Le
acompañaban el coadjutor Juan Fernández y el P. Cosme de
Torres, español, recientemente recibido en la Compañía de
Jesús por el santo, en la misma India.
Comenzó con la evangelización
de los paisanos de Kagoshima; pero sus planes apostólicos
eran mucho más ambiciosos: ponerse en contacto con los
daymios o gobernadores de los diversos Estados japoneses, y
con el mismo emperador del Japón. Es de notar que en su
apostolado era ayudado por los mercaderes portugueses, que le
colmaban de honores, con el fin de llamar así la atención
del mundo japonés, en favor del misionero. Bajo su dirección
y su entrega total comenzaban a florecer las primeras
cristiandades japonesas. Lástima que asuntos urgentes de la
India reclamaran su presencia en Goa, viéndose obligado a
abandonar el Japón en el invierno de 1551. Y como había oído
a los japoneses que su cultura provenía propiamente de China,
comenzaba ahora a madurar un nuevo plan, la evangelización de
la propia China. Existía la dificultad de que estaba
rigurosamente prohibida la entrada a todo extranjero. No
obstante, F. J. se puso en camino; pero había llegado el
tiempo de la recompensa definitiva, y enfermo de pulmonía, m.
en la isla de Sancián, a las puertas mismas de la ciudad
china de Cantón, en la mañana del 3 dic. 1552. Sus restos
mortales fueron trasladados poco después a Goa, donde desde
un principio comenzó su culto y veneración. Beatificado por
Paulo V el 25 oct. 1619, y canonizado por Gregorio XV el 12
mar. 1622, año de la fundación de Propaganda Fide. De ella
sería declarado más adelante patrono principal, así como de
todas las misiones de la Iglesia.
- A. SANTOS HERNÁNDEZ.
- Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991
(Indice)
San Francisco de
Borja (1510-1572)
General de la Compañía de Jesús, fue ejemplo
sublime de renuncia a las grandezas humanas y hombre providencial
para el afianzamiento definitivo de los jesuitas.
Primeros años. N. en Gandía el 28
oct. 1510, descendía por su padre, como biznieto, de Alejandro VI,
y por su madre, de Fernando el Católico. Contando sólo 10 años,
perdió a su madre; pasó luego algún tiempo en el palacio de su tío,
el arzobispo de Zaragoza y dos años como paje (1523-25) en la corte
de Da Juana la Loca, madre de Carlos V, y en 1527 entró al servicio
del Emperador y de su esposa Isabel de Portugal. Su formación, bajo
todos los conceptos, era completa. F. era una de las figuras más
brillantes de la alta nobleza española. Bien adiestrado en todas
las artes de su estado, era especialista en diversos tipos de juego,
gran entusiasta de la caza y sumamente diestro en el manejo de las
armas. Por otro lado, era muy aficionado a la música, con sus
conatos de compositor y, además, la pureza de su alma y sus nobles
sentimientos cristianos trascendían de tal manera que le ganaron
una simpatía general. Así se explica que el joven emperador Carlos
V (v.) le honrara con su más íntima amistad y confianza, y
procurara, cuando F. contaba 19 a., su unión matrimonial con Da
Leonor de Castro, dama favorita de la emperatriz Isabel.
Desde entonces quedó F. íntimamente
vinculado al Emperador, de quien, tanto él, como su esposa Da
Leonor, recibieron altos cargos y distinciones. Durante los años
siguientes (1530-39) acompañó frecuentemente al Emperador en sus más
célebres expediciones. Contribuyó eficazmente a la preparación de
la campaña contra los corsarios del África e intervino
personalmente en 1538 en la tercera guerra de Carlos V contra
Francisco I de Francia. Pero la muerte de la emperatriz Isabel,
ocurrida el año siguiente, 1539, significa para F. el punto de
partida de una nueva vida.
Transformación interior. Como
camarero del emperador, recibió F. el encargo de dirigir el cortejo
fúnebre en el traslado del cadáver de Toledo a Granada, donde debía
ser sepultado en la tumba real. Según atestiguan fuentes fidedignas,
cuando, en el momento del sepelio, siguiendo la costumbre
tradicional, tuvo que prestar juramento de que aquél era el cuerpo
de la emperatriz Isabel de Portugal, la vista del cadáver
completamente desfigurado de la que tanto se había distinguido por
su extraordinaria hermosura, le produjo un sentimiento tan profundo
de la caducidad de las glorias y grandezas humanas, que fue el
origen de una transformación sustancial de su vida. Así, pues, ya
desde entonces, suplicó con insistencia el permiso para retirarse
de la corte a la vida privada. Pero Carlos V, no sólo no se lo
concedió, sino que acumuló sobre él nuevos cargos y distinciones.
Nombrado caballero de Santiago y virrey de Cataluña (153943), se
vio forzado a vivir todavía en medio del mundo, agobiado de las más
angustiosas responsabilidades.
Pero la muerte de su padre, duque de
Gandía, ocurrida en 1543, y ciertos desengaños, le movieron a
realizar sus ansias de retiro, para lo cual obtuvo finalmente el
consentimiento imperial. Durante los años siguientes Dios produce
en el interior de F. resultados maravillosos. Durante su virreinato
de Cataluña había comenzado a conocer a los jesuitas. Allí estuvo
en contacto con los padres Araoz y Fabro e hizo por vez primera los
Ejercicios de S. Ignacio. Ya entonces quedó prendado de la gran
idea de los Ejercicios sobre el reino de Cristo, y se decidió a
entrar de lleno en él. Una vez retirado en Gandía, intensificó su
contacto con los jesuitas. De nuevo hizo los Ejercicios, esta vez
bajo la dirección del insigne maestro de espíritu, Pedro Fabro,
primer compañero de Ignacio. El mismo Fabro puso poco después la
primera piedra del colegio de los jesuitas, con cuyo rector, P.
Oviedo, se mantuvo en íntima comunicación. De gran importancia
para el rumbo que fue tomando su espíritu fue la comunicación
epistolar sostenida desde entonces con S. Ignacio, quien le infundió
un espíritu apostólico y varonil.
Ingreso en la Compañía de Jesús.
Con la muerte de su esposa, ocurrida en 1546, abrió Dios nuevos
horizontes a su vida de consagración. Decidióse entonces a entrar
en la Compañía de Jesús y pidió formalmente a Ignacio de Loyola
su admisión, que éste le concedió el mismo año 1546. Sin
embargo, debía mantenerlo oculto mientras se solucionaban los
asuntos familiares. Entretanto debía hacer en privado los estudios
de Teología y demás preparativos necesarios. Con especial dispensa
pontificia, hizo en 1548 la profesión religiosa y continuó
viviendo ocultamente como religioso. Al mismo tiempo, con el
prestigio de que gozaba, prestó importantes servicios a S. Ignacio,
como fue el obtener en 1548 de Paulo III la bula Pastoralis officii
cura en favor de los Ejercicios.
En 1550, obtenido el grado de Teología,
y resueltos los asuntos temporales, se juzgó llegado el momento de
hacer pública la decisión del duque de Gandía. Dirigióse a Roma,
donde fue exteriormente recibido con gran pompa, pero al mismo
tiempo se puso ya bajo la obediencia, de S. Ignacio. F. comunicó
entonces oficialmente a Carlos V sus propósitos y le pidió permiso
para renunciar a sus dignidades temporales. Aunque asombrado por la
noticia, el Emperador accedió a los ruegos de F. La transformación
de éste en humilde religioso de la Compañía de Jesús despertó
en toda Europa una admiración extraordinaria.
Pero entonces se presentó un nuevo
peligro, que Ignacio resolvió rápidamente. Ante la noticia de los
planes de Paulo III de elevar a F. al cardenalato, lo envió
inmediatamente a España con el fin de que desapareciera por algún
tiempo de la escena de Roma. Volvió, pues, a España en 1555 y en
mayo recibió en Oñate la ordenación sacerdotal, siendo en todas
partes la admiración de la gente. A esto siguieron varios años en
que F. desarrolló en España una intensa actividad apostólica. El
ejemplo viviente de su renuncia y de su humildad producían efectos
maravillosos. S. Ignacio lo colocó en una situación especial.
Durante los primeros años dependía directamente de él, y en 1554
lo nombró comisario suyo para España y Portugal, y durante los
seis años que desempeñó este cargo contribuyó eficazmente al
progreso de los jesuitas en, la península y en Ultramar. Seis veces
visitó a Carlos V en su retiro de Yuste, y ya en su primera visita
logró desarraigar de él el prejuicio que tenía contra Ignacio y
su fundación. Una de sus instituciones favoritas fue el noviciado
de Simancas, a donde se retiraba con cierta frecuencia.
General de la Compañía. La última
etapa de su vida nos muestra a F. en la plenitud de su actividad.
Después de la muerte de Ignacio (1556), durante el gobierno del
segundo general de los jesuitas, Diego Laínez, continuó F. como
comisario de España ejerciendo un influjo cada vez más decisivo en
el progreso y afianzamiento general de la Compañía de Jesús. Pero
en medio de tan intensa y eficaz actividad no podían faltar las
contradicciones y los desengaños. Aparte algunos descontentos entre
sus mismos hermanos en religión, se logró despertar en Felipe II
cierta aversión contra F., suscitando incluso ciertas sospechas
contra la fe. Esto se fundaba principalmente en algunos escritos ascéticos
que, siendo duque de Gandía, había publicado. Ahora, que su nombre
sonaba en todas partes, los libreros los publicaron de nuevo
juntamente con otros de diversos autores con el título Obras de...
D. Francisco de Borja. Algunos de estos autores difundían ideas
peligrosas, y como se atribuyeron éstas a F., por haber sido
publicado el libro bajo su nombre, se dio una situación difícil y
hubo de retirarse primero a Portugal y luego a Roma, hasta que se
apaciguaron definitivamente los ánimos. Estando en Roma, fue
nombrado por Laínez vicario general suyo, mientras él se
encontraba en Trento (v.) durante la última etapa del concilio
(1562-63). En 1564 fue nombrado asistente general para las
provincias españolas y, finalmente, elegido general de la Compañía
de Jesús (1'565-72). Como cabeza de los jesuitas, desarrolló tal
actividad y realizó tales obras, que ha podido ser considerado como
un segundo fundador de la Compañía de Jesús. Ante todo, con el
prestigio de su persona, contribuyó eficazmente a darle también a
ella el influjo y prestigio que la naciente congregación necesitaba
en las altas esferas de la curia pontificia y de la sociedad católica.
Por otra parte, fue providencial su actuación para la organización
interna de la Compañía. Procuró una nueva edición de las
Constituciones, y la simplificación de las reglas, incluso las de
los diversos cargos. Pero en lo que más se muestra su capacidad
organizadora, es en el orden establecido en las casas de estudio. A
él se deben, finalmente, la estabilización definitiva de los
colegios y la organización de los noviciados.
Primero Pío IV y luego S. Pío V, le
dieron las más expresivas muestras de confianza, gracias a la cual
durante su gobierno se intensificó en todas partes el trabajo apostólico
entre el pueblo cristiano con misiones populares, dirección de
almas y, sobre todo, con los Ejercicios de S. Ignacio, así como
también la actividad científica en los más célebres centros de
estudio. Pero donde el nuevo general se empleó más a fondo fue en
la obra de las misiones, logrando colocar a la Compañía de Jesús
entre las grandes órdenes misioneras. De este modo, de las tres
nuevas provincias, que durante su generalato se añadieron a las 18
existentes, dos estaban en América. M. en Roma el 30 sept. 1572.
Fue beatificado en 1624 y canonizado por Clemente X el 12 abr. 1671.
Se celebra su fiesta el 10 octubre.
- B. LLORCA VIVES.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991
(Indice)
San Juan de
Ribera (1532-1611)
Patriarca de Antioquía y arzobispo de Valencia.
N. en Sevilla (27 dic. 1532) y m. en Valencia (6 en. 1611).
Primeros años. Hijo de D. Pedro Enríquez
y Afán de Ribera y Portocarrero, conde de los Molares, marqués de
Tarifa y duque de Alcalá, y de doña Teresa de los Pinelos, de
noble familia sevillana, de quien lo tuvo fuera de matrimonio.
Destinado a la Iglesia, recibe a los diez años la clerical tonsura
en Sevilla. En 1544 marcha a la Univ. de Salamanca, donde cursa
cuatro años de Leyes y luego se matricula en Teología. Fue alumno
de Pedro de Sotomayor, Domingo de Soto (v.) y Melchor Cano (v.).
Tuvo ilustres amigos en la Compañía de Jesús. Se licenció en
Teología en 1557, año en que llegaba al sacerdocio. Gran lector,
conoció las corrientes erasmista y valdesiana y aspiró a una cátedra
en aquella Universidad, donde tuvo la fortuna de vivir los
preliminares y la accidentada historia del Conc. de Trento (v.) en
sus dos primeras etapas.
Nombrado su padre virrey de Cataluña
y luego de Nápoles, acertó a ganarse el agradecimiento y favor de
Pío IV y de los Borromeo. Felipe lI le presentó para el obispado
de Badajoz (11 abr. 1562) y el Papa accedió, otorgándole
previamente las dispensas canónicas del defectus natalium y de la
edad, pues aún no había cumplido los 30 años. Sin tardanza, marchó
a residir a Badajoz, donde visita canónicamente su diócesis
(1563), publica el Conc. de Trento (1564), convoca sínodo diocesano
(1565) y asiste al Conc. Provincial Compostelano (Salamanca 1565),
donde traza un enérgico programa de reforma episcopal y pide
aclaraciones sobre el Tridentino. Cuenta entre sus consejeros a S.
Juan de Ávila y a fray Luis de Granada; combate a los alumbrados;
manda hacer inventario de sus bienes patrimoniales; cuanto le
rentase la mitra se destinaría a los pobres.
Patriarca de Valencia. Su fama se
hizo notoria. S. Pío V le ensalza en consistorio, llamándole «lumbrera
de toda España... dechado de gloriosas costumbres y santidad... »
y le promueve entonces patriarca de Antioquía y arzobispo de
Valencia, siendo de 36 años. Las nuevas perspectivas pastorales
abatieron su ánimo y a los cuatro meses (julio 1569) pidió
licencia para renunciar al arzobispado, pero no le fue concedida,
mereciendo de S. Pío V una hermosa carta de aliento. Trató sin
demora de reformar los estudios sagrados en la Universidad, pero
tropezó con la oposición cerrada de muchos, que interpretaron mal
sus intenciones. La reforma tuvo efectividad, si bien el santo no
vio los frutos.
El conocimiento directo de sus
sacerdotes y su elevación moral fue el mayor anhelo de su espíritu:
en determinadas ocasiones los reunía para predicarles; les escribía
regularmente cartas pastorales; aprovechaba la oportunidad de la
visita canónica a las parroquias y los sínodos diocesanos (1578,
1584, 1590, 1594, 1599, 1607), breves en su legislación y de un
gran sentido práctico. Deseando perpetuar la reforma del clero,
fundó un espléndido edificio, la Capilla del Corpus Christi, para
el mayor decoro y majestad de los divinos oficios y un
Colegio-Seminario para satisfacer el mandato tridentino, dotando
ambas instituciones de su peculio y con estructura original. Todavía
subsisten.
Salía cada año por espacio de tres
o cuatro meses a visitar la diócesis (500 lugares, 290 parroquias
rurales) predicando en todas las iglesias. El P. Granada le
considera «perfecta imagen del predicador evangélico». Exegeta
notable, comentó toda la Biblia. A petición de Felipe 111 aceptó
el cargo de virrey de Valencia y capitán general (1602-04),
liquidando en su jurisdicción el bandidaje, plaga general e
inveterada en la cuenca mediterránea. El punto más discutido de su
actuación como pastor y consejero de los monarcas Felipe II y
Felipe 111 es, sin duda, el relacionado con los moriscos y su
expulsión de la península (1609), después del fracaso general por
atraerlos a la convivencia nacional y a la fe cristiana, en lo que
J. trabajó lo indecible a lo largo de 40 años. Fue comisionado
para intervenir en la reforma de mercedarios, mínimos,
cistercienses, dominicos y servitas. Favor singular dispensó a los
capuchinos, siendo fundador de la Provincia de la Sangre de Cristo.
También fundó las Agustinas Descalzas y ayudó a todos los
religiosos, viendo en ellos importantes elementos de revitalización
espiritual de donde saldrían los grandes brazos para llevar la
reforma.
Espiritualidad. Tuvo trato personal
con un gran número de santos de su época: fueron sus amigos S. Pío
V, S. Carlos Borromeo, S. Francisco de Borja, S. Lorenzo de Brindis¡,
S. Pascual Bailón. Tuvo noble discrepancia con S. Teresa de Jesús.
Por la gran entereza de su carácter, huye de la adulación y
protesta virilmente ante la injusticia. En contraste, sabe ser
tierno y espléndido, alargando la mano con un sentido social que
entonces se desconocía: al terminar las obras de su
Colegio-Seminario, jubiló al maestro de obras con una pensión
vitalicia; a los demás operarios les costeó los derechos para
conseguir el magisterio en su propio arte. Educado siempre con
grandeza, usaba para su persona modesta vajilla y pobre cama. Las
bases de su espiritualidad eran en suma las virtudes pastorales, la
oración, la penitencia corporal y los estudios bíblicos hasta en
su extrema vejez. Pero su característica más peculiar fue una
encendida devoción a Jesús Sacramentado. Falleció en su Colegio,
donde se venera su cuerpo. A las pocas semanas se iniciaron las
diligencias con vistas a su glorificación. Lo beatificó Pío VI
(30 ag. 1796); Juan XXIII le canonizó (12 jun. 1960). Le retrataron
El Greco, Morales y Ribalta. Falta la edición de sus obras.
- R. ROBRES LLUCH.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991
(Indice)
San José de
Calasanz (1557-1648)
Sacerdote español, fundador de la Orden de las
Escuelas Pías y de la primera escuela popular europea. Patrono
Universal de todas las escuelas populares cristianas del mundo.
Destacado personaje de la Contrarreforma concebida como educación
cristiana de niños y jóvenes, base de la reforma de la sociedad.
Vida. N. en Peralta de la Sal (Huesca),
hacia mitad de 1557. Cursó sus estudios primarios en Peralta, los
medios en Estadilla y el bienio de Artes o Filosofía y cuadrienio
de Leyes (1571-77) en la Univ. de Lérida. Para evitar una grave
tentación interrumpió la Teología en Valencia, continuándola en
Alcalá. Muerto Pedro, su hermano mayor, el padre lo reclama como
heredero de la casa a lo que se opone y sigue la carrera eclesiástica.
Bachiller y profesor, se doctoró en Teología, probablemente en Lérida
en 1583, y el 17 dic. de ese año se ordenó sacerdote en Santlhuja
(Lérida). Su apostolado sacerdotal comienza en Barbastro junto al
obispo Felipe de Urries y lo continúa como secretario y confesor
del de Albarracín, Gaspar Juan de la Figuera, con quien acude a las
Cortes de Monzón que preside Felipe II. Allí actúa como
secretario de la junta de Reforma de los Agustinos de la Corona de
Aragón y después va a Montserrat como confesor y examinador de su
obispo, Visitador del Monasterio. Muerto éste allí envenenado,
desempeña los cargos de secretario y maestro de ceremonias del
Cabildo de Urgel y después el de familiar del obispo Andrés
Capilla. En marzo de 1589 es Rector de Ortoneda, Plebán (párroco)
de Claverol y Oficial de Tremp.
A fines de 1592 está ya en Roma
pretendiendo un canonicato; pleiteó, pero fracasó en su intento.
Allí vive en el palacio Colonna hasta 1602. El desengaño de las
canonjías fue quizá el punto de arranque para una vida más
entregadamente sacerdotal: se consagró por completo a las obras de
caridad. Entre el Calasanz español, sacerdote de curia, y el romano,
sacerdote de acción apostólica y caritativa, media un cambio, no
brusco pero real, sin que olvidemos el precedente de su actuación
apostólica en tierras pirenaicas. No existe conversión fulminante,
ni hay lugar a tal, pero en su correspondencia a España se aprecia
un progresivo desinterés por la prebenda pretendida y en su vida
romana una entrega caritativa cada vez mayor. Su actividad está
ligada a formas organizadas de apostolado: a la Archicofradía de
los Doce Apóstoles, como visitador de enfermos necesitados de los
barrios pobres, escribiendo más de 40 años después «haber
visitado... por seis o siete años todos los barrios de Roma» (Carta
185); a la de la Llagas de S. Francisco con objetivos de penitencia
corporal por las almas del purgatorio; a la de la Trinidad de los
Peregrinos y Convalecientes, cuyo Diario hace constar la ayuda de
sus cofrades a la iglesia de S. Dorotea del Trastevere enseñando el
catecismo a los peregrinos y entre cuyos catequistas figura J. de C.
que en dic. 1599 presidía su escuela; la del Sacramento; la del
Oratorio de S. Teresa de los Carmelitas de la Scala, donde residía
su confesor el ven. Domingo Ruzola y a la de la Doctrina Cristiana.
Entre sus devociones particulares figuraban la de la Madonna dei
Monti y la visita a las siete Basílicas frecuentemente realizada;
entre sus obras, la ayuda a los apestados con S. Camilo de Lelis
(v.) y entre sus amistades la de S. Juan Leonardi (v.). Un hecho de
relevante misticismo corona este sendero de caridad: las dos
visiones de S. Francisco de Asís: una desposándole con tres
doncellas que representaban los tres votos religiosos y otra mostrándole
la grandísima dificultad de ganar la indulgencia plenaria de la
Porciúncula el 2 ag. 1599.
La miseria de los barrios romanos le
lleva a fundar las Escuelas Pías (v. ESCOLAPIOS), que gobernó
primero como Prefecto y después como General hasta su deposición
en 1646. Murió aparentemente fracasado en Roma, donde se conserva
su sepulcro, el 25 ag. 1648; lo beatificó Benedicto XIV el 18 ag.
1748 y fue canonizado por Clemente XIII el 16 jul. 1767. Se celebra
su fiesta el 25 de agosto (hasta 1969, el 27 de agosto).
Pedagogía. Su aportación a la
historia de la educación ha sido muy notable: creó y organizó por
primera vez la escuela primaria (cfr. Pastor, XXIV,68) dividiéndola
en tres clases: leer, escribir y ábaco o matemáticas elementales;
la de leer se subdividía en dos y hasta en tres y cuatro clases:
Escuela de la S. Cruz, de leer deletreando o de pequeñines; Escuela
del Salterio, de leerlo corriendo y oraciones necesarias; Escuela de
leer de corrido libros en lengua vulgar. Una organización tan
actual no se encuentra en ningún pedagogo ni escritor de la época.
El objetivo principal de esta escuela de leer era el aprendizaje de
una buena lectura; los secundarios, estabilización de la piedad y
enseñanza de la lengua vulgar; el método, intuitivo y simultáneo.
De la clase de leer de corrido se pasaba a la Escuela de escribir,
donde en 3-4 meses se aprendía una suficiente forma de letra;
entonces se dividía en dos: práctica, para los que ejercían después
algún arte, en que por la mañana se enseñaba el ábaco y por la
tarde la escritura, llamándose Escuela de ábaco; y literaria, para
los que seguirían después las letras, en que por la mañana se
enseñaban los nominativos y por la tarde la escritura, como en la
práctica. El objetivo principal de la Esc. de escribir era
conseguir una escritura ligera, disciplinada, casi caligráfica y
una ortografía perfecta y los secundarios, idénticos a los de la
de leer; además de las muestras de los maestros cada alumno tenía
su libro de escribir con muestras de la forma de letra adoptada; la
altura, inclinación y espaciamiento de las mesas de esta clase eran
cuidadosamente estudiadas. La caligrafía rayaba a veces el dibujo
artístico en sus rasgueos, exhibiéndose después en exposiciones
escolares. En este aspecto J. de C. fue insuperado e insuperable, en
frase del arzobispo de Upsala Gramay, su coetáneo. La Esc. de ábaco
era de las principales; su programa comprendía las cuatro
operaciones fundamentales, con enteros y fraccionarios y
especialmente la aritmética comercial y frecuentemente militar. La
de escribir era la de selección y orientación en que el profesor,
de acuerdo con los padres del alumno, la capacidad de éste y
posibilidades económicas decidía su oficio o profesión. En cada
clase elemental había generalmente dos maestros, principal y
ayudante; sólo se admitían 50 alumnos, excepcionalmente 60 y se
empleaba el método simultáneo.
Hizo también la primera tentativa de
una escuela media en el sentido actual de la palabra (Esc. de gramática);
tenía por objeto el aprendizaje de la lengua y literatura latinas.
Además de los elementos de gramática (clase 4a), conjugaciones,
concordancias y Diálogos de Vives y Epístolas familiares de Cicerón
(clase 3a), tiempos del verbo, sintaxis y comentarios de las Epístolas
familiares por la mañana y Églogas de Virgilio por la tarde (clase
2a), y toda la sintaxis, reglas estilísticas y prosodia con la
explicación por la mañana del De of f icüs o Epístolas
familiares de Cicerón y Eneida por la tarde (clase la), se
estudiaba el Catecismo en todas las clases. A quienes abandonaban
los estudios les bastaba un conocimiento técnico del latín del que
pudieran servirse para los diversos oficios (copistas, secretarios,
drogueros...); para los demás, con las Humanidades, Retórica y Poética
añadidas a la Gramática, se igualaba el programa de los jesuitas;
la explicación e interpretación de los autores precedía a su
lectura, siguiendo después la exposición filológica, sintáctica,
histórica y estética; los sábados se tenían disputas semanales
sobre las materias dadas, con sus respectivos premios.
Toda la educación intelectual
calasancia tiene una orientación positiva, práctica, codiciosa de
brevedad, sencillez y claridad; pero estuvo realizada en la
oscuridad de la escuela primaria, exceptuadas las Escuelas
Superiores de Matemáticas y de Nobles de Florencia, Colegios
Nazareno de Roma, Nikolsburg, Podolin y Cagliari; sin embargo, las
corrientes positivas modernas de la Orden (influencias directas de
Galileo, Scioppius, Campanella) superaron cualquier enseñanza de la
época, incluida la de los jesuitas y tienen un valor frente a los métodos
teóricos del tiempo: estuvieron no sólo sobre el papel sino
ejecutadas en la práctica.
Educación moral y religiosa.
Comienza con la confesión general que los alumnos hacen antes de
ingresar definitivamente en las escuelas que les distancia de su
mundo de ocio; pecado y malos compañeros; después se insiste en
las reglas de la buena crianza y en el santo temor de Dios, traducción
de la «piedad» característica de la Orden, esto es, de la
consideración de Dios como Padre; los ideales propuestos son:
Cristo, especialmente en la Eucaristía, la Virgen María a la que
se dirigen las prácticas piadosas (letanías, Rosario, Corona de
las Doce Estrellas, Angelus, ofrecimiento en la oración continua,
Oficio Parvo de los alumnos mayores y Congregaciones marianas en
todos los colegios); un tercer ideal es la imitación y devoción de
los S. niños Justo y Pastor, y Alfio, Filadelfio y Cirino, otros
protectores, y especialmente S. Tomás de Aquino. Los medios
empleados para alcanzarlos son: examen de conciencia, educación de
la fe, oración vocal y mental, pero «el todo» (Carta 471) y el «medio
principal del Instituto» (Carta 871) son los sacramentos, sobre
todo la confesión y comunión y la misa diaria y obligatoria; todo
ello constituye el quicio de la educación calasancia y fin de la
Orden; es el objetivo principal de la enseñanza de la Doctrina
cristiana que debe ser regular y paralela a las demás asignaturas,
pero con metodología diversa por diferenciarse también la
finalidad: convicción y obrar conforme a las verdades enseñadas
(v. CATEQUEsIs Iv, 4).
Las conquistas de J. de C. en favor
de los pobres pueden resumirse en: la afirmación, de hecho y de
derecho, de su libre acceso a la cultura (gratuidad y obligatoriedad);
la educación social de todos sin distinción, de ricos y pobres; y
la mejor capacitación laboral insistiendo en el aprendizaie del latín.
Entre sus realizaciones figuran: la creación y organización de la
escuela elemental; la confección de un programa completo de formación
de maestros escolapios, el Doposcuola o permanencias de los alumnos;
el acompañamiento en filas escolares a casa; el estudio de la Aritmética,
siguiendo las nuevas corrientes galileanas e innovadoras.
Iconografía. Es múltiple y valiosa:
al no dejarse retratar en vida, aún caliente su cuerpo se le hizo
una mascarilla de sus facciones que se conserva en Roma; son famosos
los lienzos de Luca Giordano y A. Sacchi (Roma); La última comunión
de S. José de C. (Madrid) y su boceto (Bayona), S. José de C. y
orantes ante el Crucifijo (Barcelona), Visión (Madrid) y Oración
extática (Onteniente) de Francisco de Goya (v.); El juicio Final de
J. Benlliure y S. José de C. de Stolz (Valencia); Aparición de la
Virgen a S. José de C. y niños de José Segrelles (Valencia); la
colección de acuarelas (Barcelona) y diversos apuntes (Valencia) de
la vida del santo del mismo Segrelles; los frescos de Bayéu (Zaragoza),
de A. Vila Arrufat (Sabadell); las estatuas de Rubio y Vergara
(Valencia), Juventeny (Montserrat, Sabadell); las tallas de autor
desconocido (S. Roque, Zaragoza) y Ballester (Madrid). Su figura ha
sido llevada al teatro (R. Castelltort, premio Piquer de la R. A.
Española de la Lenguá; L. Portolés).
-
- VICENTE FAUBELL.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991
(Indice)
San Pedro
Claver (1580-1654)
Misionero jesuita español del s. XVII. N. en
Verdú (Lérida) en junio de 1580, m. en Cartagena (Colombia), el 8
sept. 1654.
Vida y estudios. Recibió el bautismo
el 26 jun. 1580, en la parroquia de Santa María y se le impusieron
los nombres de Juan Pedro; dejaría el de Juan para no confundirse
con el de su hermano primogénito. Fue el último de los seis hijos
del matrimonio de Pedro Claver y Minguella y Ana Corberó Claver,
labradores con buena hacienda. En la parroquia de la villa recibió
la tonsura (8 dic. 1595) de manos del obispo de Vich, Pedro Jacobo.
En la orientación del niño influyeron, sin duda, entre otras
circunstancias, el fallecimiento de su madre en 1593 y la nueva
situación doméstica al contraer su padre segundas y terceras
nupcias; los Claver tenían fundado un beneficio en Verdú; un tío,
Juan Claver, era beneficiado en la próxima villa de Tárrega. Por
los años 159697 P. marcha al Estudio general de Barcelona, donde
cursa tres años de Gramática y Retórica. Asiste como alumno al
Colegio de Belén de los jesuitas, fundado por S. Francisco de Borja.
El obispo de aquella diócesis le admite a las órdenes menores. En
1602 ingresa en el noviciado de la Compañía de Jesús de Tarragona
y pronuncia los votos el 8 ag. 1604. Al terminar el noviciado, pasa
a Mallorca a estudiar Filosofía en el Colegio de Montesión. A su
llegada (1605) era portero S. Alonso o Alfonso Rodríguez (v.) quien
reafirmó en su vocación a la Compañía, inflamando su espíritu
de ardor misionero. Fueron maestros de P. C. los padres Vaylo y
Arcaina. Pero el más alto e inolvidable magisterio lo recibió de
la comunicación diaria con el hermano Alonso, que, en frase de León
XIII, supo lanzar a su 8iscípulo «a una admirable santidad».
Retorna a Barcelona para estudiar Teología (1608). Un
acontecimiento confirmó aún la vida religiosa de P. C.: la
beatificación de Ignacio de Loyola por Paulo V (1609), celebrada
con grandes fiestas en todo el principado catalán.
Antes de concluir sus estudios, vio
cumplido su anhelo de entregarse a las misiones (v.) del Nuevo Mundo.
En 1610, con licencia del Provincial, se encamina a Sevilla. A los
requerimientos de sus superiores para que se ordene de subdiácono
antes de embarcar, hubo de responder que todavía no se hallaba
suficientemente preparado, ni decidido aún a ser sacerdote. Partió
con la pequeña expedición jesuítica, en el galeón S. Pedro,
llevando en su hatillo dos manuscritos que le diera el hermano
Alonso: un pequeño oficio de la Inmaculada y unos avisos
espirituales que habían de ser su más firme guía. Es probable que
el clima tropical y malsano de Cartagena de Indias (ciudad de
grandes calores y de grandes humedades) hiciesen mella en su salud.
Lo cierto es que permaneció allí poco tiempo. Él deseaba, más
bien que sacerdote profeso, ser hermano coadjutor, mas se le ordenó
terminar la Teología en el Colegio de Santa Fe de Bogotá, donde a
su llegada (fines de 1610 o principios de 1611), no se explicaba aún
esta materia, hasta la venida del padre Antonio Agustín, año y
medio más tarde. De nuevo (fines de 1614), por razones de salud, le
enviaron a Tunja. Hecho el tercer año de probación, tomó el
camino de Cartagena, su residencia definitiva durante 38 años y en
torno a cuyo puerto giraría el resto de su existencia. En aquella
catedral se ordenó, finalmente, de subdiácono y diácono, y le
confirió el sacerdocio (19 mar. 1616) el obispo dominico Pedro de
la Vega. Al profesar los cuatro votos (1622) suscribía la entrega:
«Pedro Claver, esclavo de los negros para siempre».
Apostolado. Procedentes de todas las
regiones tropicales llegaban a Cartagena cada año unos 30.000
esclavos negros para las plantaciones y las minas de metales
preciosos (V. ESCLAVITUD). Alonso Rodríguez había revelado a P. C.
que pasaría a las Indias, al Nuevo Reino, a la ciudad de Cartagena.
Pero los superiores determinaron más en concreto el campo de
actividades del fervoroso catalán: el mundo de los esclavos negros.
Se inició ayudando al padre Alonso de Sandoval, verdadero maestro
que publicaría un tratado valioso («Naturaleza, policía sagrada y
profana, costumbres, disciplina y catechismo evangélico de todos
los etíopes», Sevilla 1627), siendo rector del Colegio de
Cartagena de Indias. Aquellas masas de esclavos constituían una
pequeña Babel y era necesario valerse de intérpretes, ya que
procedían de países muy diversos. En un principio Sandoval pedía
prestados a sus dueños estos intérpretes auxiliares, pero la
colaboración resultaba difícil (los esclavos perdían horas de
trabajo) y se vio la conveniencia -aparente contradicción- de
comprar el Colegio esclavos para instruirlos y servirse de ellos en
la catequesis. A ruegos de P. C. el general Vitelleschi le
autorizaba (Roma 1628) a retener «los ocho o nueve intérpretes
negritos tan necesarios para este ministerio». P. C., por su parte,
llegó a hablar el angolés.
Cuando se acercaba el tiempo de la
llegada de un buque negrero, el santo ofrecía obsequios
espirituales al primero que le notificase la noticia. Acudía
presuroso a los navíos y si no habían atracado, iba en una
barquilla con sus intérpretes y se acercaba a aquellos infelices dándoles
señales de amistad: «Nos mostraba rostro amable con mucha risa»,
declara uno de aquéllos. Visitaba primeramente el alojamiento de
los enfermos; luego el local de los sanos, aliviando a todos con
alimentos, frutas, tabaco, medicinas y caricias. Reunidos en un
local espacioso, iniciaba su original catequesis: levantaba un altar
y encima unos cuadros para darles intuitivamentelas nociones
fundamentales: Trinidad, Encarnación, Muerte y Pasión, Resurrección,
Juicio final, Gloria eterna. A cada grupo de diez les ponía el
mismo nombre en el bautismo, a fin de que entre sí lo recordasen.
Uno de los Rectores, al escuchar las explicaciones de P. C., las
consideró demasiado superficiales, y peligrosa la utilización de
aquellas pinturas recargadas de imaginación. Mas al ver los frutos,
cesaron las objeciones. Tarea grande resultaba disponer para el
cumplimiento pascual a los que por vez primera lo hacían y más en
particular a los hijos de los esclavos de los contornos. Pero el apóstol
extendía incansable su radio de acción hasta las poblaciones de
Turbana, Turbaco, Santa Rosa de Alipaya, Villanueva o Timiriguaco,
Bayunca, Ponedera, Las Caras, Manglar, Malagana, San Pablo, Palenque...
se alojaba entonces en las chozas de los negros. Nada escapaba a su
perspicacia. Había esclavos comprados por pilotos y marineros que
por no satisfacer la gabela real desembarcaban la mercancía humana
fuera del puerto y la introducían en la ciudad. Cuando se enteraba
P. C. mandaba a sus más astutos intérpretes y manteniendo el
secreto de la procedencia, ejercía su ministerio. Los esfuerzos no
eran estériles y ponían de manifiesto el fondo noble de la raza
negra: «Hay que ver la alegría que sienten después de haberse
bautizado... No son bestias, son hombres adultos y como a tales se
les ha de dar el bautismo, precediendo de su parte voluntad y los
demás actos necesarios», escribía Sandoval. P. C: bautizó, según
propia confesión, más de 300.000 negros.
Desplegó también una actividad
admirable en servicio de los hospitales: el de S. Sebastián y el de
los lazarinos. Como en 1624 la modesta fábrica del hospital de los
leprosos amenazase ruina, P. C. con la aprobación de los superiores,
se dedicó a levantar la capilla nueva: «Durante 30 años, él se
constituyó en su procurador, cura y patrono, administraba los
sacramentos y lo abastecía todo». En contacto inmediato con tanta
miseria, sentía la natural repugnancia y más de una vez consta que
hubo de sobreponerse con energía el espíritu a la carne, hasta
lamer, para vencerse a sí mismo, las llagas de sus negros y
leprosos. Fuera de este ámbito que le fue peculiar, llegó a todas
las esferas: la justicia, los escribanos, los comerciantes y
especieros, los amos, los sentenciados a muerte, los cuarteles y los
alojamientos, los artesanos, los niños; sin olvidar a los turcos y
moros que remaban en las galeras españolas. Para todos fue padre y
guía, logrando una verdadera proyección social de sus tareas apostólicas.
De parte de sus hermanos en religión
hubo de sobrellevar graves humillaciones y afrentas, pues más
atentos en ocasiones a otros tipos de apostolado, no siempre
supieron apreciar la prodigiosa labor del santo, que más tarde, en
su proceso de beatificación, fue comparado con S. Francisco Javier,
S. Juan Berchmans y S. Alonso Rodríguez. Sin embargo, a veces hasta
sus superiores jesuitas parece que lo tuvieron en poco aprecio. El
catálogo secreto, remitido a Roma desde la Provincia del Nuevo
Mundo, contiene un juicio desconcertante. En 1616: «P. Pedro
Claver: ingenio mediano; juicio, menos que mediano; prudencia, corta;
experiencia de los negocios, corta; aprovechamiento en las letras,
mediano; talento, sirve para predicar y tratar con los indios». En
años posteriores (1642, 1649, 1651) se le califica «insigne en el
ministerio de catequizar a los negros; adelantamiento espiritual, óptimo».
No dejó escritos ascéticos ni de
metodología catequística. Pero ambas cosas traslucían en su
ejemplo: cinco horas de oración cada noche, tres disciplinas, tres
horas de sueño, misa sosegada, interminables horas de acción
pastoral. Desde 1651 quedó inválido hasta su muerte. No se conoce
ningún retrato auténtico del «Apóstol de Cartagena».
Beatificado por Pío IX el 21 sept. 1851; canonizado por León XIII
el 15 en. 1888, en compañía de su maestro Alonso Rodríguez;
declarado patrono de las misiones africanas el 7 jul. 1896; se
celebra su fiesta el 9 de septiembre. La condesa María-Teresa
Ledochowska fundó (1894) el «Sodalicio de S. Pedro Claver» para
ayudar a las misiones de África. La república de Colombia le honró
(1955) como padre de la nación.
- R. ROBRES LLUCH.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991
(Indice)
San Pablo
de la Cruz (1694-1775)
Fundador de los Pasionistas (v.), misionero,
director de almas y apóstol del Crucificado que, por su
espiritualidad de la Pasión, es considerado como el místico
italiano más esclarecido del siglo XVIII.
Primeros años. Las vicisitudes de su
época -n. en Ovada (Italia), 3 en. 1694, m. en Roma, 18 oct. 1775de
la que, como escribe él mismo, «la pobre Italia estaba en gran
desolación y ruina» (Lettere, 1,438; así citaremos sus cartas,
indicando Vol. y p.), y aún más las precedentes, produjeron la
ruina económica de su familia, antes noble, distinguida y acomodada.
En su infancia y juventud P. sigue a su familia en su continuo
cambiar de lugar y aunque frecuenta las escuelas locales y se dedica
al estudio en Génova, aprovecha su estancia en este centro
comercial para colaborar en los negocios de su padre «sabiendo
industriarse para afrontar riesgos, soportar desastres, habituándose
a tratar, discutir, convencer y ganarse las simpatías de todos»
(E. Zoffoli C. P., S. P. della C. Storia critica, L120).
Recientemente (6-13 jul. 1967) se han
obtenido nuevos datos sobre su constitución física y moral, al ser
sometidos a examen médico-legal sus restos, conservados en la basílica
de los SS. Juan y Pablo de Roma. El Dr. Zacchi, de la Comisión Médica
de la S. C. de Ritos, examinando el esqueleto, que «presenta buenas
condiciones de conservación..., lo que permite un buen estudio
antropométrico», deduce los datos relativos al índice cránico,
ángulo facial -no inferior a 76,5°-, estatura -1,71 m.-, edad,
etc. De todo esto resulta que «el santo debía ser de constitución
robusta y sana. Lo demuestran los huesos bien desarrollados. El cráneo
es perfecto; la frente amplia indica un tipo inteligente; la mandíbula,
en ángulo recto, testimonia un carácter volitivo. Los huesos tarso
y metatársicos, muy bien desarrollados, revelan un gran caminador,
que desde su juventud debió estar en continuo movimiento. No hay
duda que debía ser un temperamento fuerte física y moralmente» (Acta
Congregationis a SS. Cruce et Passione D.N.J.C., vol. 24, 1967, 2a
parte, 28-34).
Entre los años 1713-14 oyó un «discurso
familiar del párroco» que le hizo cambiar de orientación.
Evocando aquellos días hablará siempre de su conversión, que no
debe entenderse en sentido verdadero y propio, ya que hasta entonces
había «vivido siempre ejemplarmente». Quiso retirarse a la
soledad de una ermita (hacia 1715); quiso ser militar «sin paga
alguna», para combatir a los turcos y se alistó como voluntario,
pero por inspiración divina desistió de ello. Volvió a los
negocios y obligado a ayudar a su familia no pudo realizar su deseo
de «llevar una pobre túnica negra», «andar descalzo, vivir en
absoluta pobreza», «hacer vida penitente», «reunir compañeros
para después, junto con ellos, promover entre los fieles el santo
temor de Dios» (Lettere IV,217). Su destino se va poco a poco
delineando, y en el verano de 1720, «me vi en espíritu vestido de
negro hasta los pies, con una cruz blanca en el pecho y bajo la cruz
estaba escrito el nombre santísimo de Jesús en letras blancas»
(IV,218). A ésta siguieron otras visiones intelectuales hasta
aquella de la Virgen que disipó toda duda acerca de su vocación de
fundador (v. PASIONISTAS).
Una de las etapas más
transcendentales de su vida son los 40 días de retiro en la iglesia
de S. Carlos de Castellazzo. En ellos escribe su Diario Espiritual
(23 nov. 1720-1 en. 1721) y las Reglas (2-7 dic. 1720).
Misionero. Contemporáneo de Alfonso
de Ligorio y de Leonardo de Puerto Mauricio, en la época de mayor
esplendor misional de Italia, imprimió un sello especial a su labor
apostólica. Lo espectacular de estas misiones es suficientemente
conocido y también él lo practicó en un principio, si bien fue
desterrando todo este montaje exterior que «más que a otra cosa
contribuye a disipar a las gentes y las distrae de la meditación de
las máximas eternas que han oÍDo predicar» (Summ., 1,520,183).
La característica dominante de su
vida fue el Misterium Crucis. Lo vivió y lo predicó. Con todo
derecho se le puede llamar el Apóstol de Jesús Crucificado, «dotado
de singular caridad para predicarlo». En sus misiones la meditación
de la Pasión es «el fruto principal» y «cosa que jamás debemos
dejar» (Lettere, 11,847) porque «en la Pasión está todo»
(1,558), siendo «medio eficacísimo para la conversión de los
pecadores y la perseverancia de los justos» (IV,203), «el medio más
eficaz para extirpar los vicios y plantar la verdadera piedad»
(11,213), «para destruir la iniquidad y encaminar las almas a gran
santidad» (11,270), ya que «en el gran mar de la Pasión se
recogen las perlas de todas las virtudes» (11,725), conduciendo,
por tanto, al alma «a la íntima unión con Dios, al recogimiento
interior y a la más sublime contemplación» (1,582). P. no trata sólo
de convertir, sino de llevar a la perfección más alta y por eso
interesa de sus discípulos, adoctrinados y religiosos la promesa de
que meditarán diariamente en la Pasión. Si desde su juventud se
sintió abrasado por el amor a las almas y «el continuo deseo de la
conversión de todos los pecadores no se aleja de mí», como anotó
en su Diario (15-18 dic. 1720), a lo largo de los años la
experiencia le hace ver que no existe medio mejor que predicar y
meditar sobre Cristo Crucificado.
Antes del 7 jun. 1727, fecha de su
ordenación sacerdotal en San Pedro de Roma, recibida de manos de
Benedicto XIII, se ocupó asiduamente en el apostolado. El 1 abr.
1731 obtiene del obispo de Soana y Pitigliano autorización para dar
misiones cuantas veces fuese llamado y el 18 jul. del mismo año,
por un Breve de Clemente XII, la facultad de impartir la bendición
apostólica y la indulgencia plenaria al final de las mismas. Dicha
facultad se limitaba a estas dos diócesis y por sólo siete años.
Por un Breve del 22 en. 1738 obtiene del mismo Pontífice estas
facultades para toda Italia y se le confiere el título de Misionero
Apostólico.
Su carrera apostólica propiamente
dicha comienza en 1731 y termina en sept. 1769, cuando predicó su
última misión en S. María in Trastevere de Roma. Misionó más de
30 diócesis y casi siempre daba, al mismo tiempo o inmediatamente
después, cursos de Ejercicios al clero y a los monasterios de los
lugares misionados.
Se conservan 87 sermones suyos en dos
votúmenes de518 páginas que él, en su humildad, confiesa que «esto
poco que he escrito lo he sacado de otros libros aquí y allá,
principalmente del Svegliarino» (Lettere, 11,754-55; se refiere al
libro Svegliarino cristiano, Milán 1719, traducción italiana de El
Despertador cristiano de Mons. José de Barcia y Zambrana, Obispo de
Cádiz.
Director de almas. Durante su vida
escribió muchísimas cartas y los destinatarios de las conservadas
pertenecen a las más diversas clases sociales. Como director de
almas van dirigidas en su mayoría a laicos, siguiéndole los
religiosos. Sus dirigidos llegan rápidamente a la vida mística y
la razón hay que ponerla en el camino seguido: el Misterium Crucis.
Este ministerio era contrario a sus inclinaciones y a sus múltiples
actividades de misionero y fundador, aparte de considerarse
desprovisto de las cualidades que deben adornar a los directores. «Tiemblo
con sólo pensar en dirigir almas puesto que carezco de habilidad
para ello» (Lettere 1,382). «He rehusado siempre hacerlo, a no ser
cuando he visto que así lo quería Dios (1,380). «Lo he hecho al
cabo de larga oración» (1,381). «Además de ser muy docto, el
director deberá ser hombre de altísima contemplación, ya que sin
experiencia, no se entienden las altísimas y estupendas maravillas
que Dios realiza en el alma» (11,496). Sin embargo, «tenía una
experiencia tan profunda y vasta..., es tan clarividente, amable y
acogedor que resulta el más alentador de los directores y el más
abierto de los maestros..., dirige con mano segura a cuantos se
encomiendan a él» (M. Viller, S. J., La volonté de Dieu... 134;
v. bibl. en PASIONISTAS).
Vida interior. Hacia la época de su
conversión -19 años- había ya pasado por las purgaciones activas
y pasivas; se había corregido de sus defectos -si es que alguna vez
los tuvo-, y se había consagrado a una vida de perfección. Desde
los 19 a los 30 (1713-25) tuvo consuelos mezclados con grandes
pruebas. Para todos los grados de oración ordinaria y contemplativa.
Hacia los 28 ó 29 años (1722-23) recibe el desposorio místico. De
1725 a 1770 -de los 31 a los 76 años-, transcurren 45 años de
arideces y desolaciones, endulzadas por algunos consuelos y algunos
favores místicos. De los 76 a los 81 (1770-75) transcurre un último
periodo en el que no se sabe si la mayor parte la ocupan los
consuelos o las desolaciones, si bien los primeros aumentan al
aproximarse la muerte.
Por eso no sorprende que su dirección
fuese y sea considerada carismática, basada en los grandes autores
-Taulero, S. Juan de la Cruz, S. Teresa de Jesús, S. Francisco de
Sales, a quienes leía asiduamente-, y en la práctica de tantos años
de ministerio.
Rodeado de sus hijos espirituales -entre
ellos S. Vicente Ma Strambi y Mons. Struzzieri, primer obispo de la
Congregación-, expiró en el retiro de los SS. Juan y Pablo de
Roma, donde había sido visitado por sus admiradores y amigos
Clemente XIV y Pío VI. Pío IX lo beatificó el 1 mayo 1853 y lo
canonizó el 29 jun. 1867. Su fiesta se celebra el 28 de abril.
- M. BARRA RODRIGUEZ.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991
(Indice)
San Antonio
María Claret (1807-1870)
- Fundador de los claretianos. N. en Sallent (Barcelona),
diócesis de Vich, el 23 dic. 1807. Su infancia se caracterizó
por un precoz y profundo pensamiento de la eternidad, de
sentido genuinamente apostólico, y por una madura compasión
hacia los pecadores, así como por un tierno amor a la
Eucaristía y a la Virgen.
Todavía niño comienza los
estudios eclesiásticos, que por falta de recursos se ve
precisado a interrumpir, entrando en un taller de tejedor.
Realiza tales progresos, primero como simple obrero, y luego
como técnico textil, que llega a verse solicitado por no
pocos empresarios que le proponen para director de sus fábricas.
Sus éxitos laborales no apagan su vocación sacerdotal. A los
23 años entra en el Seminario de Vich (Barcelona), no sin
haber hecho antes una tentativa de ingresar en la cartuja de
Miraflores. El obispo de Vich le honra anticipándole, contra
su costumbre, la ordenación sacerdotal (13 jun. 1835) tres años
antes de terminar la carrera, y le manda como vicario primero
y luego ecónomo a Sallent, su pueblo natal, mientras
terminaba los estudios. Su vocación apostólica halla
estrecho el campo de una parroquia, y se dirige a Roma en otoño
de 1839 con la intención de trabajar en las misiones
encomendadas a Propaganda Fide «porque tengo sed, dijo
abrazando a un compañero, tengo sed de derramar mi sangre por
Jesucristo», pero no logra ver realizados sus deseos. Cree
poder satisfacer los impulsos de apostolado y las ansias de
vida religiosa con el ingreso en la Compañía de Jesús, pero
una enfermedad inesperada le obliga a regresar a España. De
retorno a la patria, es enviado como regente al pueblo montañés
de Viladrau (Barcelona), donde ejerce heroicamente la caridad,
aliviando, incluso físicamente, a los enfermos.
Comienza a predicar las
primeras misiones por toda la comarca. No hallándose apagadas
aún las pasiones de la guerra civil y los recelos mutuos, se
ve precisado a retirarse al pueblecito de Pruit, en los montes
de Collsacabra, para entregarse a la oración y a la
penitencia, en espera de que el horizonte político español
se esclareciese.
Misionero Apostólico. Afianzó
esta confianza el hecho de que por estos días, 9 jul. 1841,
obtenía de la Santa Sede el título oficial de «Misionero
Apostólico». Reanudaba ya las predicaciones cuando
nuevamente se vio frenado por el servicio de la parroquia de
San Juan de 016, que le fue encomendada. Planeaba el sueño,
largo tiempo acariciado, de acrecentar, formando y asociándose
compañeros, la fuerza e irradiación de su apostolado.
Acomodaba ya los locales de la casa rectoral, donde despertaría
en ellos el espíritu evangelizador. Sucedía esto en 1842.
Dos meses más tarde era definitivamente exonerado de cargos
parroquiales. En 1844 comienza a expandir su celo por toda
Cataluña. Al de la palabra añade ahora el apostolado de la
prensa, con la publicación de los primeros de una serie de
libros, opúsculos y hojas, que se irá alargando
extraordinariamente con el correr de los años. Para ellos,
junto con los que reimprimiese de otros autores, necesita una
editorial o librería. En colaboración con su amigo Caixal,
futuro obispo de Urgel, funda la «Librería Religiosa». De día
predica y de noche escribe y ora, sin casi tomar descanso y
alimento.
Por esta época el horizonte
político se tornó de nuevo sombrío. Esto le obligó a
limitar sus actividades a la composición de libros, formación
de los clérigos, establecimiento de la archicofradía del
Corazón de María en Vich, organización de la mencionada
Librería, fundación de la Hermandad del Santísimo e'
Inmaculado Corazón de María o Religiosas en sus casas, y
particularmente el plan de su obra preferida: la Congregación
de Misioneros. En 1847, a petición de su amigo el Ilmo.
Codina, recién nombrado obispo de Canarias, fue al archipiélago,
encontrando allí a su celo un nuevo campo de acción.
Fundador, arzobispo y confesor
real. A instancias de sus amigos, regresó a la Península en
mayo de 1849. Había sonado ya la hora tan anhelada de
realizar un antiguo y constante ideal: su «Congregación de
Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María», que fundó
en Vich el 16 jul. 1849. Nombrado arzobispo de Santiago de
Cuba en 1849 y consagrado el 6 de octubre del mismo año, partía
para su archidiócesis el día 28 dic. 1850. Amén de
incontables y casi increíbles actividades pastorales y
sociales, una vez más ejercía su vocación de fundador,
ahora de una rama femenina: Instituto de María Inmaculada de
la Enseñanza o Misioneras Claretianas, ayudando a la
fundadora, Madre Antonia París. Conocedora la reina de las
extraordinarias dotes y santidad del arzobispo de Santiago de
Cuba, le nombró su confesor en 18 mar. 1857. Claret alternaba
sus tareas habituales de confesor, escritor, predicador en
Madrid y durante los viajes de la reina, con las de presidente
de El Escorial, que restableció como foco de formación científica
y sacerdotal. Concibió también la idea y proyectó una
catedral más digna de Madrid. No pocos artistas de España
entera los tenía asociados en otra de sus grandes
realizaciones: la «Academia de San Miguel». Esta intensa
actividad del confesor regio, absolutamente apartado de la política,
atrajo sin embargo las iras de las sectas, que maquinaron de
mil formas contra su honor y su vida, con atroces calumnias,
la menor de las cuales era la de intrigante político.
En 1868 marchó al destierro al
ser destronada Isabel 11. Descolló en el conc. Vaticano 1 su
intervención a favor de la infalibilidad pontificio y es el
primer padre del mismo elevado al honor de los altares. De
Roma regresó a Francia, donde con sus hijos los misioneros,
también ellos desterrados, vivió en Prades los últimos años
de su vida. Acosado, incluso en el destierro, por los
revolucionarios, m. en su postrer refugio del monasterio
cisterciense de Fonfroide, diócesis de Carcasona, el 24 oct.
1870.
El día 4 dic. 1899 fue
declarado Venerable por León XIII, beatificado por Pío XI en
24 febr. 1934 y canonizado por Pío Xll el 7 mayo 1950. Su
gran y polifacética personalidad ha dado origen a no pocos
patronatos que se le han asignado sobre institutos religiosos,
diócesis, sindicatos (como el de la rama textil), prensa,
Acción Católica, etc. De esta última Pío XI le declaró «gran
precursor, casi como está hoy».
- DESIDERiO HERNANDO C. M. F.
- Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991
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